Experimentos sociológicos cjs

Algo un poco mejor que lo malo, pero nada es tan así, no es para ilusionarse.

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“Apoyador integral de locuras ajenas”

Posted by cruzsaubidet en octubre 23, 2018

 

Así como la mayoría de los días debo forzar mis sentidos para encontrar una historia, esta mañana hay dos que pujan por salir y aunque muy distintas entre sí, están conectadas en mi participación como “apoyador integral de locuras ajenas”. Porque si un amigo viene y me comenta sobre un emprendimiento tradicional (llamémosle poner un bar o fabricar medias para buzos de neopreno) mi reacción va a ser técnica y el apoyo no tan manifiesto. Sin embargo, cuando alguien me comenta una locura linda fuera de los parámetros establecidos, mi entusiasmo crecerá hasta el grado de convertirme en esa última gota necesaria en cada decisión. Tuve que tirar la moneda y la suerte se decidió por el Polaco.
Tomasz Nowak Cerrudo o el gringo Cerrudo o el polaco Tomi, allá en los albores de los noventas, era un hombre de treinta y pocos años, rubio, ojos claros, de aspecto de heladera antigua, dientes y orejas grandes y bigote estilo pizzero Italiano.  Andaba en una F100 nueva con unos cuernos texanos en el paragolpes, cosa que provocaba algunas burlas de los gauchescos y simpatía de mi parte. El polaco vivía con su madre en un campo sobre la ruta que va de San Cristóbal a Tostado, entre Santurce y La Cabral. Tierras malas y salinizas pero que bien manejadas pueden aguantar una vaca cada tres hectáreas. Claro que el polaco no estaba interesado en los bobinos y alquilaba sus seis mil quinientas hectáreas a su vecino. Su mundo eran el casco de la estancia y unas cien hectáreas alrededor.
El padre del Polaco tampoco era muy laburador, aunque la casa era una maravilla, no a la vista sino en innovaciones tecnológicas y mecánicas. Esa chispa estaba en su hijo que continuando la tradición siguió agregando elementos extraños e interesantes a su morada. El viejo Nowak se había matado en el 85 al estrellar su avioneta contra un molino mientras practicaba acrobacias para la fiesta del pueblo. Murió en su ley dijeron sus amigos del aeroclub quizás aliviados ante la posibilidad de poner en peligro a la población con piruetas aéreas demasiado osadas. El Polaco, ante la orfandad, decidió dejar la universidad de ciencias exactas en Córdoba e instalarse con su madre.
Una mañana, yendo yo para Aguará, paré a auxiliarlo de una pinchadura múltiple de ruedas. Cómo no tenía más ruedas de auxilio, lo llevé hasta su estancia. Ya me llamó la atención que tuviera un vaso térmico de café, aunque al ver su casa el vaso perdió magnitud. Había cuatro galpones diseminados alrededor de la casa y un tinglado gigante con dos avionetas.
En uno de los galpones estaba el taller mecánico, digno de envidia de cualquiera que yo conociera, con máquinas inexplicables y dos fosas impecables. Descansaban un Volvo rural viejo pero reluciente y un Jeep con ruedas desproporcionadas. En pocos minutos reparó las ruedas pinchadas y lo llevé de nuevo hasta la ruta. Al despedirnos me regaló el vaso-termo de café y me invitó a pasar cuando quisiera.
Así nos hicimos amigos, de encuentros de cervezas en la Shell de la entrada del pueblo, en el boliche y hasta compartiendo alguna pesca en el Salado. El Polaco siempre buscaba algo nuevo, había viajado mucho por el mundo y como sus finanzas estaban cubiertas ocupaba sus horas con inventos y teorías interesantes. Y así, tirada al azar, me comentó sobre la idea de crear el órgano de tubos más grande del mundo. El polaco había visitado el Boardwalk Hall en Atlantic City (yo estuve en 2007) y otro mega órgano en Filadelfia y sabía que no podía hacer algo así para superar el Guinness Record, pero, usando chapas de zinc y motores eléctricos quizás podría entrar a los record como el órgano de dos octavas con tubos más grandes y sonido más potente del mundo. Por supuesto que yo apoyé la idea y me comprometí a asistirlo en la construcción. La inversión era interesante aunque no dañaría las arcas de la familia Nowak Cerrudo, o no tanto ya que el polaco contrató a dos antenistas, un tornero, un chapista de autos, tres atorrantes del pueblo y al único afinador de pianos de la zona. Se colocaron ocho antenas de entre 115 y 80 metros separadas seis metros unas de otras, en cada una se insertaría dos o tres tubos de acuerdo a la escala musical. Yo pasaba un par de veces por semana para chequear los avances y cada visita me maravillaba la magnitud de la obra. Los tubos iban desde los 2 metros de diámetro hasta los sesenta centímetros y las alturas variaban aunque todos eran imponentes. Entre todas las opciones, el polaco había elegido hacer tubos labiales y durante meses el piso del tinglado estuvo cubierto de flautas gigantes que serían la última parte a instalar. Bajo cada antena, un compresor eléctrico proporcionaría el viento necesario para tres tubos. En un acoplado colocó el teclado y el panel eléctrico.
Desde la ruta podían apreciarse los tubos brillantes y varios curiosos se acercaron y tomaron fotos que a su vez vieron periodistas que también vinieron a observar la obra. Luego de dieciséis meses el órgano estaba listo y había que probarlo. Claro que ni el polaco ni yo sabíamos tocar mucho el piano, así que los primeros sonidos que escupió la estructura fue el cumpleaños feliz, básico, sin acordes, las notas nomás, que nos dejaron satisfechos aunque un poco sordos. El sonido era realmente potente.
El fin de semana de la fiesta del caballo en San Cristóbal, invitamos a todos los que quisieran a la inauguración, incluyendo choripanes, cerveza y música en vivo. Vinieron cerca de ochenta personas y las cámaras del canal local cuyo periodista estrella se empecinaba el llamarle piano al órgano. La mamá del Polaco fue la música invitada y se lució con la interpretación de “para Elisa” que sonaba raro en la potencia de los tubos. Hubo aplausos, video, periodistas y luego silencio.
A pesar de la repercusión en la prensa, las cartas y los llamados, la organización Guinness siquiera amagaba con venir a chequear el invento del Polaco. Alegaban que la distancia y el tiempo hacían imposible la visita y que la estaban programando para dentro de dos años. El polaco no se deprimió y siguió con nuevos proyectos. Yo me mudé y estuvimos desconectados unos años. Hasta que me llegó la invitación a su casamiento y esa fue mi última visita a su estancia. Los tubos seguían enhiestos e imponentes y la marcha nupcial fue ejecutada en el órgano. La última carta de Guinness postergaba un par de años más la visita.
Y la vida siguió…
Hasta anteayer, que mi hijo menor compró en una feria de libros usados los Guinness Records de 2008. Hojeando las cosas raras, allí estaba, el órgano con los tubos más grandes del mundo, acompañado de una vista aérea de la estancia del Polaco y esas ocho torres rodeadas de tubos. En la última foto estaba el Polaco de pie, con sus bigotes y menos pelo, sentada en el teclado junto a él, una adolescente apretaba las teclas, supongo que debe ser la hija de mi amigo. Masvaleasí.

Cruz J. Saubidet®

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Sobre frases simples que cambian la vida

Posted by cruzsaubidet en May 31, 2018

 

Debo aclarar mis reparos para con el gauchismo.
Cada vez que me dicen gaucho respondo: “No, mi hermano es el gaucho, o mi viejo, yo tengo un concepto sarmientino” 
Entonces me replican: “vos te criaste en el campo y conocés de los trabajos y la idiosincrasia”
Y yo: “Por eso, el gauchismo y las almas como la mía no se llevan bien” Aseguro antes de un sapucay.
Pero no estoy acá para criticar la tradición argentina ni disgustar una vez más a mi padre sino para relatar un detalle gauchesco que me ayudó en momentos difíciles de mi vida. El proveedor de la revelación fue Héctor Torrez o Pitín, en algún verano de mi primera adolescencia.
Debo aclarar que a mi padre le molestaba muchísimo que yo pasara el verano ocioso disfrutando de mates y pileta como hacían mis hermanas. Yo debía trabajar y, a pesar de mi desagrado, madrugaba, agarraba caballo y salía al campo con la peonada a la vez que era mandado por el capataz. Me dirán muchos que está bueno y yo diré que si te gusta debe estarlo, si no  te gusta es una tortura más aun cuando tus hermanas duermen hasta las diez y disfrutan de sus vacaciones. Cosas de los padres de campo y sus hijos varones.
Campos de montes aquellos. A la hora de sacar la hacienda había que internarse entre las ramas y gritar tratando de no rasparse mucho ni perderse. Luego de la primera pasada, había que hacer una segunda ya que nunca salían todos los animales, así es que Cruz Joaquín debía quedarse cuidando que el rodeo no volviera al monte mientras el resto del personal retomaba la búsqueda. Ese tiempo ahí parado era interminable, muchas veces dejaba que se escapara alguna para alcanzarla al galope y traerla de nuevo, pero era peligroso porque a veces esos bichos se siguen y se terminan escapando todos. Esas horas “atajando” eran la peor parte del trabajo. Y ahora entra Pitín en la historia, dándole un giro a mi tedio.
Estaba una mañana de calor extremo cuidando un rodeo. Habían pasado casi dos horas  desde que me habían dejado y se empezaba a escuchar el griterío del capataz que estaba volviendo con algunas vacas más. Al llegar junto a mí, Pitín me mira con tristeza y me dice: “Debe haber sido aburrido, Mincho; ¿Cuántas te hiciste? Esa frase cambió mi vida.

CJSinCT® Twitter: @cruzjoaquin BLOG: http://cruzsaubidet.blogspot.com/

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Mi primer día en el paraíso. O ensayo sobre el calor, el abandono, las yararás y el tereré

Posted by cruzsaubidet en abril 16, 2018

Vastides me indicaba el camino, cruzamos una tranquera y marchamos trescientos metros por un monte bajo, después un claro y a cincuenta metros, la casa. El terreno circundante estaba delimitado por un alambrado de varios hilos y tenía un par de vinales con sus empinas apuntándome a los ojos, en el medio, la vivienda. Estaba construida con bloques prefabricados que mantenían el color gris original, una galería rodeaba dos de los cuatro lados, bajo ella había una vieja mesa y una silla destartalada con asiento de cuero. Un aljibe vigilaba firme a un costado de lo que sería mi hogar.
La puerta era de chapa al igual que todos los cerramientos. Entramos. La primera imagen fue un poco tenebrosa, si bien no estaba oscuro, la falta de revoque de las paredes y el cielorraso de fibra de vidrio humedecida eran en sí la idea de abandono. Se ingresaba a un ambiente grande donde se erguía la cocina en una esquina y la sala comedor en el resto. De allí surgían dos puertas enfrentadas a la de entrada que daban a los dormitorios y una tercera, frente a la cocina, que comunicaba con el baño.
Entré al primer dormitorio y me intimidó un fuerte zumbido, al mirar el techo me encontré con un gran panal de avispas negras y pequeñas (camoatí), adentro había un baúl con candado y una cama destartalada.
El otro dormitorio estaba peor, en lugar de ventana tenía unos cartones y el piso de cemento se había hundido dando lugar a hierbas de todo tipo.
A esa altura podía imaginarme lo que sería el baño, pero era peor. Su pequeñísima ventana apenas dejaba pasar la luz, las paredes nunca habían sido limpiadas y el inodoro y el lavatorio estaban inutilizables.
En la sala, Vastides me miró con cierta pena mientras prendía la radio teléfono.
– ¿Está seguro que  se va a quedar acá?,  Mire que de noche es fiero.
–Así parece, Vastides, pero no tengo otra alternativa.
–Y los bichos, vamos a tener que fumigar antes de que se instale.
–Traje unas pastillas de Gamexane, ahora las ponemos.
–Como usted diga.
Vastides saludó y la voz del jefe sonó del otro lado, le indicó lo que quería que me mostrara, habló conmigo un par de frases y cortó.
Con la ayuda del capataz cerramos todos los huecos y prendimos las pastillas. En pocos minutos la casa estaba llena de humo, incluso salía por debajo del techo debido al deterioro del cielorraso.
Mientras conversábamos me dediqué a sacar un poco de mugre de la galería con la escoba.
–Usted no va aguantar acá, se va a querer ir mañana, ¡va a ver!
No lo decía con maldad, Vastides ni siquiera estaba molesto con mi llegada, no le importaba que yo estuviera o no, quizás sintiera un poco de lástima de mí futuro en esa casa. No fue simpático ni antipático, solamente hizo lo que el jefe le dijo que hiciera.
–Yo creo que sí, aunque veremos que pasa.
–Es bravo acá, la calor, los bichos, andar solo y aburrido.
–Vamos a ver que pasa.
–No va a poder dormir esta noche en la casa, vamo pa la mía y le armamos un catre pa esta noche, mañana ventilamos bien.
–Como diga, don, vamo nomás.
La tardecita cedía el paso y un pequeñísimo frescor se hacía sentir, caminamos el trecho hasta la casa sin hablar, no hacía falta. Yo miraba para bajo pendiente de las víboras que abundaban en la zona, mi experiencia me había enseñado que las yararás salían de tardecita, relajadas de los baños de sol que se daban durante el día. La yarará no es muy grande, no he visto de más de un metro veinte, pero es peligrosa. Este ofidio se mimetiza con la tierra y se asemeja a un palo tirado en el camino, por eso hay que estar atento. Pero el peligro real no es grande cuando está estirada, para atacar se enrolla y pega el salto cual resorte mientras sus colmillos buscan dar con la presa. El cálculo hay que hacerlo rápido, en el momento de verla enrollada es inminente calcular su largo y colocarse lo mas lejos posible. Toda mi vida conviví con esos bichos y me mantuve a salvo de sus mordeduras o picaduras como le dice la gente. De chico las mataba apenas las veía, de más grande las suponía un eslabón de la cadena alimenticia y las eliminaba sólo si las encontraba cerca de la casa.
Pero jamás en mi vida había visto tantas como en el trecho que separaba mi casa de la de Vastides. No representaban un peligro en sí, se dejaban ver y se escondían al sentir los pasos.
Gracias a Dios, la naturaleza ha hecho insociables a estas serpientes y sólo atacan cuando consideran que no tienen la posibilidad de huir. Pero cuidado, no es necesaria la intención de atacarla para que ella se sienta en peligro, basta pasar lo bastante cerca para hacerla conjeturar que escaparse no es lo mejor.
Vastides caminaba tranquilo y sin mirar el terreno, yo no despegaba los ojos del piso a pesar de tener puestas las botas de goma gruesa, que según aseguran, no pueden ser traspasadas por los colmillos de la yarará.
De más está decir que en ese clima ese calzado es una tortura, los pies orillan el punto de ebullición y la media se empapa a los pocos minutos. Y el olor que desprenden al quitarlas es terrible, penetrante. Las pobres medias empapadas, una vez que se secan se solidifican y es imprescindible abollarlas de mil maneras si lo que se quiere es volver a usarlas.
Así llegamos a casa de Vastides y la familia en pleno compartía un silencio amenizado por unos chamamés que escupía el grabador.
Me arrimé y senté en un banco esperando me llegara rápido el tereré y no pronuncié palabra hasta que llegó mi turno.
Cruz J. Saubidet®

 

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Mis respetos, señor

Posted by cruzsaubidet en noviembre 3, 2017

Mis recuerdos de Juan datan de fines de los ochenta, pescando moncholos en un arroyo ancho de la zona de Aguará Grande, al norte de San Cristóbal. No fuimos grandes amigos, pero, a diferencia de sus cinco hermanos, el tipo pensaba distinto y como yo nunca tuve un pensamiento globalizado, las escuetas charlas que teníamos junto al arroyo muchas veces eran reveladoras. No coincidíamos en mucho más que en lo innecesario de madrugar y la exacerbación del gauchismo. Discutíamos sobre la posibilidad de utilizar cuatriciclos para recorrer, la maleabilidad de la soga en lugar del lazo de cuero y la poca calidad de los recitados del chamamé. Ambos teníamos esa dualidad entre lo rural y lo citadino que nos torturaba y que resolveríamos más tarde o más temprano.
Juancito era muy flaco pero ágil para trepar árboles, especialmente eucaliptos grandes. Nos perdimos el rastro por muchísimos años hasta que un día nostálgico buscando alguna raíz por Internet, me encuentro con el primer festival de poesía y micro relatos de San Cristóbal, auspiciado por la Cámara de Comercio y coordinado por Juancito. Sin dudarlo lo agregué al Messenger y nos pusimos al día.
Al terminar el secundario, Juancito estudió magisterio y luego emigró a Los Amores a ocupar una posición vacante en la escuela Juana Arzurduy. Ahí, en sus horas libres comenzó a plantearse la posibilidad de convertirse en el Roque Nosetto del norte Santafesino, aunque definitivamente no estaba destinado a escribir para niños. Trató de hacerlo, pero sus alumnos no comprendían el poder de la metáfora ni valoraban el vocabulario florido de sus escritos. Hubiera sido fácil cambiar un “cri-cri dice el grillito” por un “cro-cro sugirió la rana” pero el plagio no estaba en sus genes. Así y todo en las largas tardes de calor y soledad generó poesía para varios libros, siempre buscando la diferencia y la belleza hasta entonces desconocida por el mundo.
Fueron ocho años aletargados en Los Amores paradójicamente solitarios, tuvo una novia de Vera, también maestra, pero “por tanto ir y venir la relación fue perdiendo envión hasta desintegrarse”sic.
A principio de los dos mil, Juancito reacondicionó una casita en el campo de sus padres y comenzó una nueva vida lejos de la enseñanza y de la gente en general. Había decidido vivir con pocas pertenencias y distracciones y dedicarse de lleno a la literatura y a la crianza de gallinas y pavos. En dos años escribió mil trescientas páginas de versos insensibles con metáforas cargadas de realismo y dureza, de desinterés por el amor, de búsqueda de sabiduría y de desprecio por el mundo tanto urbano como rural. “Mi poesía busca apagar corazones y despertarlos de la sinrazón de que las mariposas son bonitas”
Con la aparición de Internet decidió mudarse a San Cristóbal, ocupando una casita familiar sobre la avenida trabajadores ferroviarios. Ya conectado a la red pocos lograban verlo, aunque algunos de sus escritos engalanaban las páginas culturales de “El departamental”, “La opinión” y “Castellanos”. Su columna “El Odioso” era cita obligada apenas por debajo de los avisos fúnebres.
Cuando le anuncié mi visita me pidió que no fuera un jueves, porque es el día de la semana que lava la ropa y anda desnudo. Así que fui un domingo a la mañana. Fue una experiencia minimalista y envidiable, Juancito ha logrado ser “él mismo”, un buscador de algo, que en su camino se ha ido despojando de todo para lograrlo. Yo creo que es un triunfador, quizás un poco extremista para mi gusto, que conserva un buen soplido para apagar las luces de corazones melosos.
Mis respetos, Juancito. Nos vemos pronto.
Cruz J. Saubidet®

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Homenaje a un gaucho de veras

Posted by cruzsaubidet en febrero 20, 2009

Restituto Norberto Vargas es uno de los personajes famosos que abundan en cada una de las regiones de cada lugar del mundo.
Así como hoy fijamos la vista en algún personaje particular (punk, dark, gato, motoquero), hace años era inevitable prestar atención y observar detenidamente a Don Vargas. Hombre gaucho, grandote, de ojos achinados y de bigote grande y tupido.
Vale aclarar que nunca nos quisimos, o quizás yo no lo quise y a él le fui indiferente, pero a la distancia, lamento no haber aprovechado un poco más su sabiduría de hombre duro y trabajador.
Poco sé de su historia, sólo me queda el sabor amargo al sentir que trabajó mucho y hoy es un jubilado más en un pueblo perdido sin mucho que hacer y con una gran tristeza que lo carcome día a día.
El hombre anduvo siempre a caballo, durante sesenta años, cada día de su vida. De joven, dicen, le gustaban la farra, el vino y las mujeres; pero con los años dejó esos vicios y se dedicó a trabajar con responsabilidad. En sus genes estaba liderar a otros, y pese a su analfabetismo fue un capataz consultado por muchos a la hora de emprender trabajos grandes. Eso sí, a la antigua, con perros y a los gritos, a lo bruto, sin una pizca de psicología aunque siempre al frente de su tropa, demostrándole a los más jóvenes que él podía hacer las cosas mejor o igual que ellos.
Su libreta de anotaciones, basada en números y dibujitos, poseía un informe preciso y detallado de todo lo que sucedía dentro de las ocho mil hectáreas que manejaba, nada se le escapaba a su visión infalible de rodeos de vacas, terneros, toros, caballos, pastos, alambrados, posibles enfermedades, sequías o inundaciones.
¡Y el respeto! No solamente sus empleados, todas las personas se detenían a cruzar algunas frases con él, desde patrones y administradores hasta el más insignificante barrendero del pueblo. Vargas siempre tenía una risa para regalarles, una risa mezclada con palabras ilegibles para muchos pero contagiosa.
De grande le picó el bicho de la soledad (o de la trascendencia) y se juntó con la hija de un peón que le dio dos hijos a los que adoraba. La alegría le duró poco, su hija mayor tenía una grave enfermedad progresiva que consumió horas de amargura, hospitales y ahorros. Así y todo, la chica salió adelante e hizo una vida medianamente normal. Su hijo creció sano y fuerte, aunque desinteresado de las tareas rurales.
Vargas se jubiló a los 67 años, estiró lo más que pudo su retiro pero debió abandonar su trabajo luego de cincuenta años en la misma estancia. Se instaló en su casa en el pueblo e hizo algunos trabajos para amigos que le inventaban ocupaciones para mantenerlo entretenido.
Hace dos años, su hija Alejandra tuvo una decaída y murió a los 22 años. Desde ahí, nada pudo levantar el ánimo de Don Vargas. Los que pasan por su casa pueden verlo cada día, sentado en el patio, con el mate en la mano y la mirada triste. Quizás espere algo, quien sabe qué.
Cruz J. Saubidet®

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Olor a campo

Posted by cruzsaubidet en May 23, 2008

Argentina es un crisol de soledades donde todos creen que tiran juntos pero nadie es el primero en agarrar la soga.
La van a bajar” me aseguró tiempo atrás un conocido que sabe de política. Yo pensé que no, porque creía que era una mujer fuerte e inteligente. Sus pocos meses de mandato vienen demostrando lo contrario. Así y todo, espero que no la bajen.
Los dos últimos años del gobierno de Néstor Kirchner y los meses de su esposa, se han mostrado opacos. Creo que esa es la palabra para definir lo que han hecho, porque algo han hecho, pero dentro de una opacidad coloreada de demagogia, populismo y falta de sentido común; y esos no son colores lindos.
¿Por qué están rodeados de gente mala? Mi única explicación es que ellos también lo son. Tener pegados a los gremios, a D’elia y a muchos otros atorrantes visibles, hace pensar que son “del palo”.
El problema con la gente del campo demuestra que no tienen buenos asesores. Hasta el más “pelotudo” se habría dado cuenta de los problemas que traería el aumento de las retenciones. Claro, los asesores tienen posiblemente un dejo de resentimiento hacia los terratenientes producto de sus años de lucha. ¿Seguirán luchando?

También está la posibilidad de que desde dentro del gobierno, quieran bajar a la “señora”, pero hay que ser muy mal pensado para especular eso.
Hay otro mito cada vez menos popular: “el dueño de un campo no labura” Eso fue hace muchos años, pero muchos, en la época en que los terratenientes pasaban años en París a costillas de los regalos recibidos de gobiernos desenfocados. Pero incluso esas familias (quedan muchas), han sufrido el paso de las generaciones; y el desglosamiento de las herencias los ha dejado sin extensiones inverosímiles. Porque esas grandes familias tenían (y tienen) la costumbre de procrear al por mayor. Hoy día tienen campos, pero si los dejasen librados al azar los perderían en un abrir y cerrar de ojos.
Los últimos años han sido buenos para los agricultores y ganaderos, pero estos venían de afrontar muchos años de precios irrisorios para sus granos y vacas. Muchos quedaron en el camino y debieron vender y otros tantos dejaron por ese tiempo de vivir de sus campos y pasaron a subsistir.
Los productores saben que este oasis de precios no durará por siempre, y es razonable que quieran exprimirlo.

El gobierno no entiende que “ganar dinero” no es malo si este proviene del trabajo y la producción. Lo feo es ser rico sin que se conozcan las causas.

Otro factor que el gobierno no interpreta es el deseo intrínseco de muchos argentinos de poseer su propio campo. Este deseo existe en casi todos y por lo tanto apoyarán a quienes sienten colegas al menos en sus ambiciones.

Creo que los gobiernos no son capaces de redistribuir riqueza alguna, la única forma de que eso suceda es con mucha producción y con muchos empresarios obligados a pagar salarios apropiados. Cuando los gobiernos distribuyen, no suele haber culpables de los “desperdicios” y mucho queda en el camino.
Hay mucho más para decir, pero hay que observar que pasa.
Cruz J. Saubidet®

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