Posted by cruzsaubidet en octubre 29, 2018
Cruz J. Saaubidet®
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Posted by cruzsaubidet en agosto 20, 2018
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Posted by cruzsaubidet en May 31, 2018
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Posted by cruzsaubidet en abril 16, 2018
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Posted by cruzsaubidet en noviembre 3, 2017
Mis recuerdos de Juan datan de fines de los ochenta, pescando moncholos en un arroyo ancho de la zona de Aguará Grande, al norte de San Cristóbal. No fuimos grandes amigos, pero, a diferencia de sus cinco hermanos, el tipo pensaba distinto y como yo nunca tuve un pensamiento globalizado, las escuetas charlas que teníamos junto al arroyo muchas veces eran reveladoras. No coincidíamos en mucho más que en lo innecesario de madrugar y la exacerbación del gauchismo. Discutíamos sobre la posibilidad de utilizar cuatriciclos para recorrer, la maleabilidad de la soga en lugar del lazo de cuero y la poca calidad de los recitados del chamamé. Ambos teníamos esa dualidad entre lo rural y lo citadino que nos torturaba y que resolveríamos más tarde o más temprano.
Juancito era muy flaco pero ágil para trepar árboles, especialmente eucaliptos grandes. Nos perdimos el rastro por muchísimos años hasta que un día nostálgico buscando alguna raíz por Internet, me encuentro con el primer festival de poesía y micro relatos de San Cristóbal, auspiciado por la Cámara de Comercio y coordinado por Juancito. Sin dudarlo lo agregué al Messenger y nos pusimos al día.
Al terminar el secundario, Juancito estudió magisterio y luego emigró a Los Amores a ocupar una posición vacante en la escuela Juana Arzurduy. Ahí, en sus horas libres comenzó a plantearse la posibilidad de convertirse en el Roque Nosetto del norte Santafesino, aunque definitivamente no estaba destinado a escribir para niños. Trató de hacerlo, pero sus alumnos no comprendían el poder de la metáfora ni valoraban el vocabulario florido de sus escritos. Hubiera sido fácil cambiar un “cri-cri dice el grillito” por un “cro-cro sugirió la rana” pero el plagio no estaba en sus genes. Así y todo en las largas tardes de calor y soledad generó poesía para varios libros, siempre buscando la diferencia y la belleza hasta entonces desconocida por el mundo.
Fueron ocho años aletargados en Los Amores paradójicamente solitarios, tuvo una novia de Vera, también maestra, pero “por tanto ir y venir la relación fue perdiendo envión hasta desintegrarse”sic.
A principio de los dos mil, Juancito reacondicionó una casita en el campo de sus padres y comenzó una nueva vida lejos de la enseñanza y de la gente en general. Había decidido vivir con pocas pertenencias y distracciones y dedicarse de lleno a la literatura y a la crianza de gallinas y pavos. En dos años escribió mil trescientas páginas de versos insensibles con metáforas cargadas de realismo y dureza, de desinterés por el amor, de búsqueda de sabiduría y de desprecio por el mundo tanto urbano como rural. “Mi poesía busca apagar corazones y despertarlos de la sinrazón de que las mariposas son bonitas”
Con la aparición de Internet decidió mudarse a San Cristóbal, ocupando una casita familiar sobre la avenida trabajadores ferroviarios. Ya conectado a la red pocos lograban verlo, aunque algunos de sus escritos engalanaban las páginas culturales de “El departamental”, “La opinión” y “Castellanos”. Su columna “El Odioso” era cita obligada apenas por debajo de los avisos fúnebres.
Cuando le anuncié mi visita me pidió que no fuera un jueves, porque es el día de la semana que lava la ropa y anda desnudo. Así que fui un domingo a la mañana. Fue una experiencia minimalista y envidiable, Juancito ha logrado ser “él mismo”, un buscador de algo, que en su camino se ha ido despojando de todo para lograrlo. Yo creo que es un triunfador, quizás un poco extremista para mi gusto, que conserva un buen soplido para apagar las luces de corazones melosos.
Mis respetos, Juancito. Nos vemos pronto.
Cruz J. Saubidet®
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Posted by cruzsaubidet en junio 6, 2017
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Posted by cruzsaubidet en febrero 15, 2016
Yo me creía en el medio, pero Camilo me hizo entender que no era así.
-Si hablamos de pasos en caída te podría asegurar que yo estoy más cerca del medio.
-No sé Camilo, mirá que arriba de mí hay mucho.
-¡Y no te imaginás lo que queda por debajo de mí!
-Pero… ¿estamos hablando de plata?
-Si, por supuesto. Tu problema es la forma que tenés de medir. Tu error de cálculo está en las escalas.
-A ver como es eso.
-A medida que tenés más plata las escalas crecen, a medida que tenés menos plata las escalas decrecen.
-Explicate mejor.
-Yo soy pobre, en eso estamos de acuerdo, Cruz.
-Sí, pero no sos tan pobre, tenés auto, te estás haciendo una casa, te vestís feo pero bien.
-Pero sigo siendo pobre si comparamos mi auto con el tuyo, mi casa con la tuya.
-Si.
-Bueno, ahí vamos, las escalas de tu crecimiento económico son mucho más largas que las mías, si vos ganaras 600 pesos más no significaría demasiado, incluso 600 pesos menos tampoco te afectarían.
-No demasiado.
-Entonces mis escalas son distintas, para mí 600 pesos significan la cuota de la mesa y las sillas y la del televisor. Con 600 pesos más podría tener DirecTV y teléfono celular y eso implicaría una escalada importante para mi vida.
-Aja.
-Yo ni siquiera estoy arriba entre los pobres, pero los pasos de la pobreza son mucho más pequeños, en mi nivel calculale $500 o 600, pero podemos hacer muchos pasos y llegar a una familia en la que la escala sean $200 y más abajo aun, familias que con $100 se las arreglan 3 días. Incluso tenemos que incluir a los que no tienen nada. De nada a $50 hay un pasito, chico, pero pasito al fin.
-Te voy entendiendo. Pero así y todo sigo pensando que estoy en el medio.
-No, tu futuro escalón serán $2500, el siguiente ya sería $4000 y el que viene $10000 y después $20000, etc. Entendés que los escalones hacia arriba son mucho menos que los hacia abajo.
-Mirado así creo entenderlo. Aunque supongo que ni los economistas sabrán con certeza cual es la media económica, no obstante, tu teoría me suena mejor que las de Cavallo, Lavagna, Kicillof, Prat-Gay, Lopez Murphy, Runsfeld o Keynes, etc.
-Mirá Cruz que yo vengo subiendo desde cero y ya pasé los 50 años, he dado muchos pasos y casi siempre hacia arriba.
Cruz Joaquín Saubidet®
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Posted by cruzsaubidet en febrero 20, 2009
Restituto Norberto Vargas es uno de los personajes famosos que abundan en cada una de las regiones de cada lugar del mundo.
Así como hoy fijamos la vista en algún personaje particular (punk, dark, gato, motoquero), hace años era inevitable prestar atención y observar detenidamente a Don Vargas. Hombre gaucho, grandote, de ojos achinados y de bigote grande y tupido.
Vale aclarar que nunca nos quisimos, o quizás yo no lo quise y a él le fui indiferente, pero a la distancia, lamento no haber aprovechado un poco más su sabiduría de hombre duro y trabajador.
Poco sé de su historia, sólo me queda el sabor amargo al sentir que trabajó mucho y hoy es un jubilado más en un pueblo perdido sin mucho que hacer y con una gran tristeza que lo carcome día a día.
El hombre anduvo siempre a caballo, durante sesenta años, cada día de su vida. De joven, dicen, le gustaban la farra, el vino y las mujeres; pero con los años dejó esos vicios y se dedicó a trabajar con responsabilidad. En sus genes estaba liderar a otros, y pese a su analfabetismo fue un capataz consultado por muchos a la hora de emprender trabajos grandes. Eso sí, a la antigua, con perros y a los gritos, a lo bruto, sin una pizca de psicología aunque siempre al frente de su tropa, demostrándole a los más jóvenes que él podía hacer las cosas mejor o igual que ellos.
Su libreta de anotaciones, basada en números y dibujitos, poseía un informe preciso y detallado de todo lo que sucedía dentro de las ocho mil hectáreas que manejaba, nada se le escapaba a su visión infalible de rodeos de vacas, terneros, toros, caballos, pastos, alambrados, posibles enfermedades, sequías o inundaciones.
¡Y el respeto! No solamente sus empleados, todas las personas se detenían a cruzar algunas frases con él, desde patrones y administradores hasta el más insignificante barrendero del pueblo. Vargas siempre tenía una risa para regalarles, una risa mezclada con palabras ilegibles para muchos pero contagiosa.
De grande le picó el bicho de la soledad (o de la trascendencia) y se juntó con la hija de un peón que le dio dos hijos a los que adoraba. La alegría le duró poco, su hija mayor tenía una grave enfermedad progresiva que consumió horas de amargura, hospitales y ahorros. Así y todo, la chica salió adelante e hizo una vida medianamente normal. Su hijo creció sano y fuerte, aunque desinteresado de las tareas rurales.
Vargas se jubiló a los 67 años, estiró lo más que pudo su retiro pero debió abandonar su trabajo luego de cincuenta años en la misma estancia. Se instaló en su casa en el pueblo e hizo algunos trabajos para amigos que le inventaban ocupaciones para mantenerlo entretenido.
Hace dos años, su hija Alejandra tuvo una decaída y murió a los 22 años. Desde ahí, nada pudo levantar el ánimo de Don Vargas. Los que pasan por su casa pueden verlo cada día, sentado en el patio, con el mate en la mano y la mirada triste. Quizás espere algo, quien sabe qué.
Cruz J. Saubidet®
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