Experimentos sociológicos cjs

Algo un poco mejor que lo malo, pero nada es tan así, no es para ilusionarse.

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Sobre relaciones con fantasmas y el Heavy Metal

Posted by cruzsaubidet en noviembre 6, 2018

 

A veces, las cosas raras o simples casualidades las tomo de forma natural y me lleva años darme cuenta de las posibilidades narrativas de la historia. Ayer estuve escuchando AC-DC. Y caí en la cuenta de que todo acontecimiento humano tiene un destino narrativo y está en el escribidor la responsabilidad de hacerlo entretenido. Eso trato.
No tengo idea si está vivo, hace un tiempo lo busqué por las redes sin suerte y cada tanto pego una espiada, pero nada. Es un fantasma y eso tiene mucho sentido porque el Perro siempre fue un poco hectoplasmático, desde su aspecto hasta su actitud escurridiza y antisocial.
Hay muchas formas de amistad, pero la más inexplicable es aquella dónde no se puede esperar absolutamente nada del otro, ni siquiera una charla en algún momento especial. Me gustan esos amigos, más que nada porque me obligan a comportarme igual y entonces cada encuentro tiene algo mágico, irrepetible y espontáneo, cosa difícil para estos tiempos de tomaydacas. Cada encuentro con el Perro corría riesgo de ser el último hasta que lo fue aquella noche, veinte años atrás, en el club República del Oeste. Claro que yo había tomado como el último el anterior, seis años antes en la costanera, cuando el Perro saltó el tapial del Lawn Tenis para afanarse pelotas de tenis, que eran una excusa más para desatar su adrenalina. Yo lo esperé afuera y cuando volvió con tres pelotas en cada bolsillo, caminamos hasta la orilla y las tiró al agua. Esa tarde me contó que tenía una novia llamada Mariela y que era un poco drogadicta, un poco dijo, y si el Perro consideraba a alguien de esa forma se trataba de algo serio. Todos los “un pocos” del Perro equivalían a un montón de cualquier cristiano cuerdo. Cuando se declaraba un poco en pedo, el Perro no podía caminar; un poco de hambre del Perro significaba comerse una cebolla cruda de tres bocados.
Usualmente las personas como el Perro me intranquilizan, siempre al borde de todas las emociones explosivas, uno tiene la duda de si te van a pegar un tiro o clavar un cuchillo por una pavada. Sin embargo nunca me pasó con él, algo me tranquilizaba y aseguraba que nunca se pasaría de rosca conmigo, y nunca pasó y lo he visto cagarse a trompadas con amigos por huevadas.
Estar con el Perro era como escuchar Heavy Metal del bueno, esa intensidad y violencia musical actúan como una aspiradora de la violencia propia, y eso me trajo al Perro a la memoria, porque a mis cuarentaylargos vengo a descubrir que el efecto de la música pesada es el contrario al que creí toda mi vida y, sin ser fan, un buen AC-DC o Sepultura me relaja más que Jorge Drexler.
No voy a sobrevaluar a mi amigo, no era gran tipo, era impresentable, violento, ladrón de pavadas, borracho, tomaba cualquier droga, pero debo valorar que nunca de los jamases me presionó ante una negativa de acompañarlo en sus vicios y hasta alguna vez me preguntó si me jodía que se clavara una pasta estando conmigo. Mi respuesta era la del libre albedrío, pero estaba claro que si se caía lo dejaba tirado y me iba a la mierda. Incluso, la tarde de las pelotas de tenis, lo dejé durmiendo contra la pared de un kiosco a las siete y me volví casa sin un atisbo de culpa.
La noche en el club, había acompañado a unos amigos a un recital de una banda horrible, allí me lo encontré al Perro, igual, con ese abrazo franco y esa cerveza en la mano. Conversamos casi sin escucharnos por el ruido, me contó que trabajaba con el padre y alquilaba una casita cerca de la cancha de Colón. Seguía con su aspecto fantasmagórico y seguía emanando esa paz tan violenta. En el amor andaba un poco mal, Mariela había muerto hacía un par de años y él estaba limpio desde ese momento, aunque ya estaba un poco podrido de su vida.
Nos despedimos a las cuatro de la mañana, él más mamado que yo, y fue la última vez. Hasta el momento.
Másvaleasí.
Cruz J. Saubidet®

 

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"Apoyador integral de locuras ajenas" 2

Posted by cruzsaubidet en octubre 29, 2018

 

Ya lo decía Rousseau, el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe, debe haber un poco de cierto al fin de cuentas él se hizo famoso, pero hay que tener cuidado porque la valoración al determinar lo bueno y lo malo de nuestras acciones es un camino ancho y de difícil transito. Las cosas que dañan a los demás están mal, eso está claro; pero muchos conceptos morales no hacen más que joderle la vida a la gente. La gente es mala y comenta decían las vecinas del barrio Roma en Santa Fe, que comenten nomás, casi todo es por envidia.
Esta introducción, como se habrán dado cuenta, es para atajarme de aquellos con más tabúes que libertades en materia sexual. Gracias a Dios, los jesuitas no pudieron ponerme culpas por ese lado, vaya a saber por qué.
Nunca conté esta historia, por respeto tal vez, pero no hay nada de que avergonzarse y la protagonista me autorizó siempre y cuando cambiara su nombre.
En mi primer año en la UNL, hice amistad con algunas personas que no eran el ejemplo a seguir en cuanto a lo académico. Fue un error, pero ya está. Entre muchas amigas, hubo dos con las que me sentía muy a gusto. Ambas compartían una minúscula casa donde nunca faltaba música, cerveza y una buena conversación. Allí pasé muchas horas, rodeado de una agradable libertad de oratoria.
Las dos chicas eran entrerrianas, de un pueblito cerca del río Uruguay y habían compartido escuela desde primer grado.
No eran muy lindas mis amigas, aunque Clarabella tenía un cuerpo muy interesante, que le gustaba exhibir bajo ajustadas camisetas y minifaldas. Cuando yo llegaba hacía como que me agachaba y siempre comentaba el color de sus bombachas.
Las dos noviaban con muchachos de la facultad más grandes que yo, y para mí era un alivio ya que no estaba interesado en relaciones sentimentales de ningún tipo. Una vez, Clarabella dijo querer probarme y sin preámbulo abusó de mi cuerpo. Estuvo muy bien y no afectó en nada la relación ni hubo incomodidades posteriores.
En una de las charlas madrugadas, Clarabella me comentó que su fantasía era protagonizar una película pornográfica, y ahí salto mi instinto de “apoyador integral de locuras ajenas” que le prometió todo el soporte que necesitara.
En un fin de semana en Santa Fe, le comenté al hermano de un amigo que se dedicaba al negocio audiovisual, acerca de mi amiga y su deseo. Y ahí quedó la charla. Hasta que un mes después, mi amigo me entregó un papel de parte de su hermano. Era un nombre y un teléfono para que le entregara a Clarabella. Así lo hice y los días pasaron.
Una noche de jueves, Clarabella me contó que tendría una entrevista en Santa Fe, en un par de semanas y que necesitaba mi ayuda para prepararse.
Por supuesto que accedí, quién se negaría a eso a los dieciocho. Durante una semana, cada noche dedicamos tiempo a mirar películas y a practicar posiciones, movimientos y sonidos propios de la industria del entretenimiento para adultos. Ella pedía y hacía indicaciones y yo trataba de hacer un decoroso papel. Aprendí mucho esos días y las enseñanzas me acompañaron el resto de mi vida. Le pregunté a Clarabella por qué me elegía por sobre su novio para esos menesteres, la respuesta concisa y clara fue que ella estaba enamorada y los sentimientos no ayudan en esta industria. Estuve de acuerdo y seguimos practicando.
Clarabella fue a la entrevista y no me permitió acompañarla, fue una lástima que no la eligieran, creo que tenía mucho talento, posiblemente sus rasgos duros y su tez oscura le jugaron en contra. Así y todo, le entregaron el video de la prueba y lo miramos una noche los tres. El actor me superaba por todos lados y Clarabella hacía un papel descollante, aplaudimos al final y brindamos con cerveza. Nunca más pasó nada entre nosotros.
La vida siguió y los caminos nos separaron. Cuando decidí escribir esta historia la busqué en Facebook y nos mandamos unos mensajes. Es madre de cuatro hijos y tiene su negocio en su pueblo natal. Me aseguró que guarda el video de la prueba y el recuerdo de esas practicas en un rincón de su corazón.
La verdad, Cruz, me comentó, el actor era muy grandote de todos lados pero con vos fue mucho mas divertido.  
Yo, agradecido.

Cruz J. Saaubidet®

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Sobre tumbas de tuscas

Posted by cruzsaubidet en agosto 20, 2018

 

En cuanto llegué a la casa encendí la radio y prendí fuego, los pelos del brazo se me erizaban en cada movimiento y no podía manejar mis sensaciones. Saqué el catre y me senté a fumar un armado. Iván se acercó y se me enrolló en el tobillo, sentí que se apretaba más que otras noches pero me hacía bien la presión. Tuve que prender otro cigarrillo con la brasa del primero, mis nervios lo exigían.
El fuego subía un par de metros, le seguí agregando leña. Me recosté con la radio en la oreja y la víbora en el tobillo, cerré los ojos y descansé un rato entre sueños.
Algo me despertó y no fue un ruido, el fuego seguía fuerte y la luna estaba comenzando a alumbrar. Miré a los lados y nada, Iván ya no estaba en mi tobillo y se oía el chisporrotear de la fogata.
Me dio miedo la soledad de la noche sin ruidos. Cerré los ojos y de nuevo algo me hizo abrirlos. Miré hacia la galería y vi claramente a alguien sentado en la silla. La boca se me petrificó y no me permitía hablar, se me erizaron los brazos y mis ojos querían cerrarse pero no podían.
Desde la galería me miraba, en silencio. Como pude armé un cigarrillo y lo prendí con una brasa, no me animaba a caminar hacia la penumbra, ni a salir corriendo. La linterna tenía poca pila y apenas alumbraba, apunté hacia el bulto pero la luz no llegaba, agregué mucha mas leña para hacer del fuego una gran antorcha. La señal de la radio se había perdido y se escuchaba estática, el dial no respondía, todo era mudo.
Preso del terror me icorporé y caminé despacio hacia el visitante. Ahí estaba, sentado, inmóvil, panzón y transpirado.
– ¿Agustín? ¿Dónde andaba?
–Por ahí, a las vueltas, no del todo bien.
–Lo estuvieron buscando por todo el campo.
–Los vi, pobre Jorgito, como loco andaba.
– ¿Por qué no les salio al cruce?
–Ellos no me veían ni oían, yo les gritaba, me ponía en el medio del camino, trataba de manotearle las riendas, no se que me pasó.
– ¿No se acuerda de nada?
–Alguito nomás, me recordé temprano los otros días, de noche era todavía, y me dolía mucho el pecho. Me asusté, nunca me había dolido tanto. Fui a agarrar caballo y no podía enfrenar el pingo, trataba de poner el freno pero el brazo se me venía abajo como sin fuerza, vio.
– ¿Y qué hizo entonces?
–Grité fuerte a ver si andaba algún indio a las vueltas, ¡nadie no había!, era oscuro, las cuatro y media capaz, el pecho me chusiaba de adentro. Entonce salí caminando pa los toldos, caminar me calmaba un poco. Tranquié un rato por el monte, casi sin ver. En un momento me desapareció el piso y me vine abajo, era como un resumidero, alguna cueva, no sé bien que era.
– ¿Cuánto estuvo ahí?
–Ni idea, pero cuando abrí los ojos ya no me dolía nada, me sentía demás bien, era raro eso, a mí siempre me duele algo. Empecé a caminar, en patas andaba y ni una espina me clavaba, era raro también. Fui hasta los toldos y nadie no me prestaba atención, era como que no me veían, yo sí los veía, pero ellos como si fuera un ánima, ni pelota. Pensé que se habían enojado, vio como son, así que me volví al rancho, despacio. Otra cosa rara era que no tenía ni hambre ni sed, pero que se yo. El tema es que erré el camino y aparecí en la orilla del Pilcomayo y como estaba casi seco lo crucé, pensé que los milicos que pasaron en un Jeep me dirían algo, pero ni me miraron y siguieron recorriendo.
– ¿Cuántos días anduvo por Paraguay?
–Ni idea, Joaquín, no sé como pasaban los días, me parece que me dormía de golpe y cuando me levantaba era otro día, andaba perdido y medio asustado.
– ¿Y entonces?
Yo nunca dejé de lado el susto, sabía que no era normal la aparición de Agustín en mi casa y menos a esas horas de la noche, pero quería enterarme de todo, por más que me asustara el cuento.
–Me volví al rancho, tardé bastante porque estaba lejos, me asusté cuando vi a Jorgito con dos milicos revisando el rancho, más me asusté cuando no me vieron llegar y me pasaban por al lado sin mirarme. Entonce me acordé que la mamá de Rolo un día nos contó como eran las ánimas de los muertos. Ahí me asusté mucho, me parecía que yo era un ánima. Entonce me fui pal pozo en que me había caido y estaba casi todo tapado por una tusca, pero me vi ahí, no me miré demasiado porque me daba miedo, pero ahí estaba yo, muerto.
– ¿Y por qué vino para acá?
–Por el vinal me parece. El fuego del vinal me gusta demás, de ahora nomás, antes no me gustaba. Y lo mejor es que usted me escucha, hasta ahora es el único que me oye.
– ¿Cómo lo ayudo, Agustín?, no sé nada de ánimas.
–Dígale a la Rosa y al Jorgito que no me busquen más.
–Me parece que lo mejor va a ser encontrar su cuerpo así lo entierran y no lo buscan más.
–Vaya usté con mi hermano, no quiero que el Jorgito me vea de golpe.
–Bueno, si prefiere, yo mañana voy con Vastides a primera hora, ¿Dónde está el pozo?
Me indicó el lugar con lujo de detalles, mi susto se evaporaba ante la ausencia de peligro, Además no estaba seguro si estaba dormido o despierto o soñando.
–Me voy, don Joaquín, lo dejo dormir, gracias.
– ¿Necesita algo más?
–Sabe que sí, le pido que le diga a la mamá de Rolo que la voy a visitar esta noche, que haga fuego con vinal.
–Le digo, no se preocupe.
–El problema es que no sé como salir de acá, ella siguro que sabe lo que hay que hacer.
–Ojalá que lo ayude, yo le digo, que ande bien.
Lo vi levantarse sin emitir sonido alguno, cruzó el patio y desapareció.
***Fragmento de Tierras Grises® CJSinCT®

 

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Sobre frases simples que cambian la vida

Posted by cruzsaubidet en May 31, 2018

 

Debo aclarar mis reparos para con el gauchismo.
Cada vez que me dicen gaucho respondo: “No, mi hermano es el gaucho, o mi viejo, yo tengo un concepto sarmientino” 
Entonces me replican: “vos te criaste en el campo y conocés de los trabajos y la idiosincrasia”
Y yo: “Por eso, el gauchismo y las almas como la mía no se llevan bien” Aseguro antes de un sapucay.
Pero no estoy acá para criticar la tradición argentina ni disgustar una vez más a mi padre sino para relatar un detalle gauchesco que me ayudó en momentos difíciles de mi vida. El proveedor de la revelación fue Héctor Torrez o Pitín, en algún verano de mi primera adolescencia.
Debo aclarar que a mi padre le molestaba muchísimo que yo pasara el verano ocioso disfrutando de mates y pileta como hacían mis hermanas. Yo debía trabajar y, a pesar de mi desagrado, madrugaba, agarraba caballo y salía al campo con la peonada a la vez que era mandado por el capataz. Me dirán muchos que está bueno y yo diré que si te gusta debe estarlo, si no  te gusta es una tortura más aun cuando tus hermanas duermen hasta las diez y disfrutan de sus vacaciones. Cosas de los padres de campo y sus hijos varones.
Campos de montes aquellos. A la hora de sacar la hacienda había que internarse entre las ramas y gritar tratando de no rasparse mucho ni perderse. Luego de la primera pasada, había que hacer una segunda ya que nunca salían todos los animales, así es que Cruz Joaquín debía quedarse cuidando que el rodeo no volviera al monte mientras el resto del personal retomaba la búsqueda. Ese tiempo ahí parado era interminable, muchas veces dejaba que se escapara alguna para alcanzarla al galope y traerla de nuevo, pero era peligroso porque a veces esos bichos se siguen y se terminan escapando todos. Esas horas “atajando” eran la peor parte del trabajo. Y ahora entra Pitín en la historia, dándole un giro a mi tedio.
Estaba una mañana de calor extremo cuidando un rodeo. Habían pasado casi dos horas  desde que me habían dejado y se empezaba a escuchar el griterío del capataz que estaba volviendo con algunas vacas más. Al llegar junto a mí, Pitín me mira con tristeza y me dice: “Debe haber sido aburrido, Mincho; ¿Cuántas te hiciste? Esa frase cambió mi vida.

CJSinCT® Twitter: @cruzjoaquin BLOG: http://cruzsaubidet.blogspot.com/

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LA FORMULA IMPRECISA PERO CORRECTA (quizás)

Posted by cruzsaubidet en May 7, 2018

Es muy complicado determinar cuándo un salario es justo o injusto.
Es sabido que los empresarios y las corporaciones son bastante herejes a la hora de los salarios y la brecha entre directivos y empleados termina siendo vergonzosa. Y esa maña no es exclusiva de las corporaciones, también los pequeños empresarios son golosos con las ganancias y no sienten culpa al pagar sueldos de hambre a sus empleados. Por suerte no todos los empresarios son así y, sobre muchos que cumplían la norma a rajatabla, me tocó trabajar un tiempo con un hombre bondadoso siempre atormentado con la idea de ser injusto en la repartija de sus ganancias.
La empresa era próspera y los márgenes sustanciosos.
En ese tiempo yo estudiaba administración y quizás por eso o por otras afinidades mi jefe me propuso generar una fórmula para pagar salarios justos sin poner en peligro la salud financiera de la empresa. Se me ocurrió la fórmula de dividir el 25 porciento la ganancia neta anual por la cantidad de empleados y ofrecerla como un bono de fin de año proporcional a cada salario. Mi jefe no estaba en desacuerdo con la idea, pero como no quería pecar de injusto y consideraba que un premio no debería tener escalafones ni diferencias de estatus entre el personal me pidió que elaborara una formula equitativa para la distribución de la cuarta parte de las ganancias.
 Mis primeras propuestas fueron auto rechazadas antes de presentarlas, hasta que decidí pensar literariamente, algo loco y fuera de los parámetros establecidos. Mi jefe se rió cuando le expuse mi idea y la supuse descartada, pero luego de dos semanas me pidió que elaborara una hoja de cálculo semanal con los ingresos del año fiscal anterior.
 Hecho eso, la empresa licenció con goce de sueldo a un empleado cada semana. Éramos veinte contando al jefe por lo que el experimento se concluyó en menos de un semestre. Una vez finalizada la rotación, hicimos una concienzuda comparación de ingresos y determinamos el porcentaje de pérdida/ganancia que a la empresa le significaba cada empleado.
 Fue así que la mayor tajada se la llevó el cobrador, seguido por los repartidores y los vendedores y la secretaria administrativa. Lo empleados de planta ocuparon el quinto lugar y yo, que había tenido la brillante idea, quedé último y cómodo.
 Al poco tiempo partí a nuevos horizontes y no sé si el sistema se seguirá utilizando, pero fue una de mis experiencias laborales más gratificantes y aunque no estoy seguro si la formula era precisa, creo que al menos era un pequeño acto de justicia entre tanto sorete a las vueltas.

 Cruz J. Saubidet®

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Mi primer día en el paraíso. O ensayo sobre el calor, el abandono, las yararás y el tereré

Posted by cruzsaubidet en abril 16, 2018

Vastides me indicaba el camino, cruzamos una tranquera y marchamos trescientos metros por un monte bajo, después un claro y a cincuenta metros, la casa. El terreno circundante estaba delimitado por un alambrado de varios hilos y tenía un par de vinales con sus empinas apuntándome a los ojos, en el medio, la vivienda. Estaba construida con bloques prefabricados que mantenían el color gris original, una galería rodeaba dos de los cuatro lados, bajo ella había una vieja mesa y una silla destartalada con asiento de cuero. Un aljibe vigilaba firme a un costado de lo que sería mi hogar.
La puerta era de chapa al igual que todos los cerramientos. Entramos. La primera imagen fue un poco tenebrosa, si bien no estaba oscuro, la falta de revoque de las paredes y el cielorraso de fibra de vidrio humedecida eran en sí la idea de abandono. Se ingresaba a un ambiente grande donde se erguía la cocina en una esquina y la sala comedor en el resto. De allí surgían dos puertas enfrentadas a la de entrada que daban a los dormitorios y una tercera, frente a la cocina, que comunicaba con el baño.
Entré al primer dormitorio y me intimidó un fuerte zumbido, al mirar el techo me encontré con un gran panal de avispas negras y pequeñas (camoatí), adentro había un baúl con candado y una cama destartalada.
El otro dormitorio estaba peor, en lugar de ventana tenía unos cartones y el piso de cemento se había hundido dando lugar a hierbas de todo tipo.
A esa altura podía imaginarme lo que sería el baño, pero era peor. Su pequeñísima ventana apenas dejaba pasar la luz, las paredes nunca habían sido limpiadas y el inodoro y el lavatorio estaban inutilizables.
En la sala, Vastides me miró con cierta pena mientras prendía la radio teléfono.
– ¿Está seguro que  se va a quedar acá?,  Mire que de noche es fiero.
–Así parece, Vastides, pero no tengo otra alternativa.
–Y los bichos, vamos a tener que fumigar antes de que se instale.
–Traje unas pastillas de Gamexane, ahora las ponemos.
–Como usted diga.
Vastides saludó y la voz del jefe sonó del otro lado, le indicó lo que quería que me mostrara, habló conmigo un par de frases y cortó.
Con la ayuda del capataz cerramos todos los huecos y prendimos las pastillas. En pocos minutos la casa estaba llena de humo, incluso salía por debajo del techo debido al deterioro del cielorraso.
Mientras conversábamos me dediqué a sacar un poco de mugre de la galería con la escoba.
–Usted no va aguantar acá, se va a querer ir mañana, ¡va a ver!
No lo decía con maldad, Vastides ni siquiera estaba molesto con mi llegada, no le importaba que yo estuviera o no, quizás sintiera un poco de lástima de mí futuro en esa casa. No fue simpático ni antipático, solamente hizo lo que el jefe le dijo que hiciera.
–Yo creo que sí, aunque veremos que pasa.
–Es bravo acá, la calor, los bichos, andar solo y aburrido.
–Vamos a ver que pasa.
–No va a poder dormir esta noche en la casa, vamo pa la mía y le armamos un catre pa esta noche, mañana ventilamos bien.
–Como diga, don, vamo nomás.
La tardecita cedía el paso y un pequeñísimo frescor se hacía sentir, caminamos el trecho hasta la casa sin hablar, no hacía falta. Yo miraba para bajo pendiente de las víboras que abundaban en la zona, mi experiencia me había enseñado que las yararás salían de tardecita, relajadas de los baños de sol que se daban durante el día. La yarará no es muy grande, no he visto de más de un metro veinte, pero es peligrosa. Este ofidio se mimetiza con la tierra y se asemeja a un palo tirado en el camino, por eso hay que estar atento. Pero el peligro real no es grande cuando está estirada, para atacar se enrolla y pega el salto cual resorte mientras sus colmillos buscan dar con la presa. El cálculo hay que hacerlo rápido, en el momento de verla enrollada es inminente calcular su largo y colocarse lo mas lejos posible. Toda mi vida conviví con esos bichos y me mantuve a salvo de sus mordeduras o picaduras como le dice la gente. De chico las mataba apenas las veía, de más grande las suponía un eslabón de la cadena alimenticia y las eliminaba sólo si las encontraba cerca de la casa.
Pero jamás en mi vida había visto tantas como en el trecho que separaba mi casa de la de Vastides. No representaban un peligro en sí, se dejaban ver y se escondían al sentir los pasos.
Gracias a Dios, la naturaleza ha hecho insociables a estas serpientes y sólo atacan cuando consideran que no tienen la posibilidad de huir. Pero cuidado, no es necesaria la intención de atacarla para que ella se sienta en peligro, basta pasar lo bastante cerca para hacerla conjeturar que escaparse no es lo mejor.
Vastides caminaba tranquilo y sin mirar el terreno, yo no despegaba los ojos del piso a pesar de tener puestas las botas de goma gruesa, que según aseguran, no pueden ser traspasadas por los colmillos de la yarará.
De más está decir que en ese clima ese calzado es una tortura, los pies orillan el punto de ebullición y la media se empapa a los pocos minutos. Y el olor que desprenden al quitarlas es terrible, penetrante. Las pobres medias empapadas, una vez que se secan se solidifican y es imprescindible abollarlas de mil maneras si lo que se quiere es volver a usarlas.
Así llegamos a casa de Vastides y la familia en pleno compartía un silencio amenizado por unos chamamés que escupía el grabador.
Me arrimé y senté en un banco esperando me llegara rápido el tereré y no pronuncié palabra hasta que llegó mi turno.
Cruz J. Saubidet®

 

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Mis respetos, señor

Posted by cruzsaubidet en noviembre 3, 2017

Mis recuerdos de Juan datan de fines de los ochenta, pescando moncholos en un arroyo ancho de la zona de Aguará Grande, al norte de San Cristóbal. No fuimos grandes amigos, pero, a diferencia de sus cinco hermanos, el tipo pensaba distinto y como yo nunca tuve un pensamiento globalizado, las escuetas charlas que teníamos junto al arroyo muchas veces eran reveladoras. No coincidíamos en mucho más que en lo innecesario de madrugar y la exacerbación del gauchismo. Discutíamos sobre la posibilidad de utilizar cuatriciclos para recorrer, la maleabilidad de la soga en lugar del lazo de cuero y la poca calidad de los recitados del chamamé. Ambos teníamos esa dualidad entre lo rural y lo citadino que nos torturaba y que resolveríamos más tarde o más temprano.
Juancito era muy flaco pero ágil para trepar árboles, especialmente eucaliptos grandes. Nos perdimos el rastro por muchísimos años hasta que un día nostálgico buscando alguna raíz por Internet, me encuentro con el primer festival de poesía y micro relatos de San Cristóbal, auspiciado por la Cámara de Comercio y coordinado por Juancito. Sin dudarlo lo agregué al Messenger y nos pusimos al día.
Al terminar el secundario, Juancito estudió magisterio y luego emigró a Los Amores a ocupar una posición vacante en la escuela Juana Arzurduy. Ahí, en sus horas libres comenzó a plantearse la posibilidad de convertirse en el Roque Nosetto del norte Santafesino, aunque definitivamente no estaba destinado a escribir para niños. Trató de hacerlo, pero sus alumnos no comprendían el poder de la metáfora ni valoraban el vocabulario florido de sus escritos. Hubiera sido fácil cambiar un “cri-cri dice el grillito” por un “cro-cro sugirió la rana” pero el plagio no estaba en sus genes. Así y todo en las largas tardes de calor y soledad generó poesía para varios libros, siempre buscando la diferencia y la belleza hasta entonces desconocida por el mundo.
Fueron ocho años aletargados en Los Amores paradójicamente solitarios, tuvo una novia de Vera, también maestra, pero “por tanto ir y venir la relación fue perdiendo envión hasta desintegrarse”sic.
A principio de los dos mil, Juancito reacondicionó una casita en el campo de sus padres y comenzó una nueva vida lejos de la enseñanza y de la gente en general. Había decidido vivir con pocas pertenencias y distracciones y dedicarse de lleno a la literatura y a la crianza de gallinas y pavos. En dos años escribió mil trescientas páginas de versos insensibles con metáforas cargadas de realismo y dureza, de desinterés por el amor, de búsqueda de sabiduría y de desprecio por el mundo tanto urbano como rural. “Mi poesía busca apagar corazones y despertarlos de la sinrazón de que las mariposas son bonitas”
Con la aparición de Internet decidió mudarse a San Cristóbal, ocupando una casita familiar sobre la avenida trabajadores ferroviarios. Ya conectado a la red pocos lograban verlo, aunque algunos de sus escritos engalanaban las páginas culturales de “El departamental”, “La opinión” y “Castellanos”. Su columna “El Odioso” era cita obligada apenas por debajo de los avisos fúnebres.
Cuando le anuncié mi visita me pidió que no fuera un jueves, porque es el día de la semana que lava la ropa y anda desnudo. Así que fui un domingo a la mañana. Fue una experiencia minimalista y envidiable, Juancito ha logrado ser “él mismo”, un buscador de algo, que en su camino se ha ido despojando de todo para lograrlo. Yo creo que es un triunfador, quizás un poco extremista para mi gusto, que conserva un buen soplido para apagar las luces de corazones melosos.
Mis respetos, Juancito. Nos vemos pronto.
Cruz J. Saubidet®

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“Se terminó la abuela”

Posted by cruzsaubidet en junio 6, 2017

“Se terminó la abuela” Fue la frase que quedó guardada en mis recuerdos. Podría haber sido se murió, falleció, pereció, expiró, etc. Pero no, las dos palabras que marcaron mi primera experiencia cercana con la muerte refirieron a un final real nunca mejor explicado. Ese día perdí oficialmente la fe; y no porque estuviera enojado con Dios por la muerte de mi abuela, menos porque la catequesis me llenara de miedos ni porque la misa me aburriese ni tampoco los curas de mi colegio fueron abusadores. Ese momento mágico cuándo ese hombre rústico y fabuloso que ya había tenido otras clases magistrales para conmigo como cuando me dijo “no es que te quiera enseñar, pero es para que aprendas” me anotició del deceso con un clarísimo “Se terminó” muchas de mis tradiciones culturales y sociales que me obligaban a sentir cosas que no sentía desaparecieron y me transformaron en un ser un poco más abierto pero mucho más vacío. A partir de allí fue todo cuesta arriba con mi espíritu pero mi razón por fin se puso de acuerdo con mis sentimientos. No me enorgullece ni un poquito mi falta de fe, es lo que es y quizás un día aparezca, no digo vuelva porque nunca la tuve ni me sentí reconfortado con la comunión ni creí en el poder de la oración.

El problema está en las bases o los fundamentos aunque mejor no partamos de ninguna base, porque al final del día nada de esto va a importar y todo se va a romper en millones de pedazos inutilizables. Partir de una base significaría darle entidad a pensamientos o teorías anteriores y, aunque me digan que debería ser más humilde prefiero no tener nada que ver con las bases. Es de suponer que las bases deberán soportar todo el peso posterior, pero generalmente, debido a la imposibilidad de perfección, tarde o temprano se rajan y tuercen llegando en muchos casos a dar por el suelo la historia de generaciones. Por otro lado, ignorar las bases es partir de la base de que todas estás erradas, afirmación que no podría comprobarse.
Ante la imposibilidad de bases firmes donde apoyarse, el género humano ha optado por cambiar la firmeza por lo intangible creando la institución de la Fe que, a pesar de no tenerla, me cuesta mucho menos aceptarla hacia un ser superior y creador que dirigida a un ciudadano de a pie. Quizás por eso respeto mucho más a los convencidos religiosos que a aquellos que le regalan su fe a un político cuya base de ideas casi seguro se derrumbe tarde o temprano. 
La fe admite lo absoluto, la razón solo acepta la evidencia y el problema es la falta de evidencias en este mundo que nos toca en suerte. 
A pesar de mi escepticismo, la sociedad me obliga a tener pequeñas dosis de fe dado que sin ellas sería imposible vivir medianamente tranquilo. Así que debo confiar en que mis hijos estarán a salvo en la escuela, que me pagarán el sueldo con regularidad, que algunos que dicen quererme realmente me quieren, que no todo está podrido, que seguirá habiendo buenos músicos, que el motor arrancará (en todos los sentidos), que la primavera será verde al igual que la yerba mate y que algún día escribiré algo que valga la pena. Lamentablemente la razón no me da para una Fe más grande que esa.

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Los pasos de la pobreza (y de la riqueza) **reloaded**

Posted by cruzsaubidet en febrero 15, 2016

Yo me creía en el medio, pero Camilo me hizo entender que no era así. 

-Si hablamos de pasos en caída te podría asegurar que yo estoy más cerca del medio. 
-No sé Camilo, mirá que arriba de mí hay mucho. 
-¡Y no te imaginás lo que queda por debajo de mí! 
-Pero… ¿estamos hablando de plata?
-Si, por supuesto. Tu problema es la forma que tenés de medir. Tu error de cálculo está en las escalas. 
-A ver como es eso. 
-A medida que tenés más plata las escalas crecen, a medida que tenés menos plata las escalas decrecen.  
-Explicate mejor. 
-Yo soy pobre, en eso estamos de acuerdo, Cruz. 
-Sí, pero no sos tan pobre, tenés auto, te estás haciendo una casa, te vestís feo pero bien. 
-Pero sigo siendo pobre si comparamos mi auto con el tuyo, mi casa con la tuya. 
-Si. 
-Bueno, ahí vamos, las escalas de tu crecimiento económico son mucho más largas que las mías, si vos ganaras 600 pesos más no significaría demasiado, incluso 600 pesos menos tampoco te afectarían. 
-No demasiado. 
-Entonces mis escalas son distintas, para mí 600 pesos significan la cuota de la mesa y las sillas y la del televisor. Con 600 pesos más podría tener DirecTV y teléfono celular y eso implicaría una escalada importante para mi vida. 
-Aja. 
-Yo ni siquiera estoy arriba entre los pobres, pero los pasos de la pobreza son mucho más pequeños, en mi nivel calculale $500 o 600, pero podemos hacer muchos pasos y llegar a una familia en la que la escala sean $200 y más abajo aun, familias que con $100 se las arreglan 3 días. Incluso tenemos que incluir a los que no tienen nada. De nada a $50 hay un pasito, chico, pero pasito al fin. 
-Te voy entendiendo. Pero así y todo sigo pensando que estoy en el medio. 
-No, tu futuro escalón serán $2500, el siguiente ya sería $4000 y el que viene $10000 y después $20000, etc. Entendés que los escalones hacia arriba son mucho menos que los hacia abajo. 
-Mirado así creo entenderlo. Aunque supongo que ni los economistas sabrán con certeza cual es la media económica, no obstante, tu teoría me suena mejor que las de Cavallo, Lavagna, Kicillof, Prat-Gay, Lopez Murphy, Runsfeld o Keynes, etc. 
-Mirá Cruz que yo vengo subiendo desde cero y ya pasé los 50 años, he dado muchos pasos y casi siempre hacia arriba. 

Cruz Joaquín Saubidet®

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Homenaje a un gaucho de veras

Posted by cruzsaubidet en febrero 20, 2009

Restituto Norberto Vargas es uno de los personajes famosos que abundan en cada una de las regiones de cada lugar del mundo.
Así como hoy fijamos la vista en algún personaje particular (punk, dark, gato, motoquero), hace años era inevitable prestar atención y observar detenidamente a Don Vargas. Hombre gaucho, grandote, de ojos achinados y de bigote grande y tupido.
Vale aclarar que nunca nos quisimos, o quizás yo no lo quise y a él le fui indiferente, pero a la distancia, lamento no haber aprovechado un poco más su sabiduría de hombre duro y trabajador.
Poco sé de su historia, sólo me queda el sabor amargo al sentir que trabajó mucho y hoy es un jubilado más en un pueblo perdido sin mucho que hacer y con una gran tristeza que lo carcome día a día.
El hombre anduvo siempre a caballo, durante sesenta años, cada día de su vida. De joven, dicen, le gustaban la farra, el vino y las mujeres; pero con los años dejó esos vicios y se dedicó a trabajar con responsabilidad. En sus genes estaba liderar a otros, y pese a su analfabetismo fue un capataz consultado por muchos a la hora de emprender trabajos grandes. Eso sí, a la antigua, con perros y a los gritos, a lo bruto, sin una pizca de psicología aunque siempre al frente de su tropa, demostrándole a los más jóvenes que él podía hacer las cosas mejor o igual que ellos.
Su libreta de anotaciones, basada en números y dibujitos, poseía un informe preciso y detallado de todo lo que sucedía dentro de las ocho mil hectáreas que manejaba, nada se le escapaba a su visión infalible de rodeos de vacas, terneros, toros, caballos, pastos, alambrados, posibles enfermedades, sequías o inundaciones.
¡Y el respeto! No solamente sus empleados, todas las personas se detenían a cruzar algunas frases con él, desde patrones y administradores hasta el más insignificante barrendero del pueblo. Vargas siempre tenía una risa para regalarles, una risa mezclada con palabras ilegibles para muchos pero contagiosa.
De grande le picó el bicho de la soledad (o de la trascendencia) y se juntó con la hija de un peón que le dio dos hijos a los que adoraba. La alegría le duró poco, su hija mayor tenía una grave enfermedad progresiva que consumió horas de amargura, hospitales y ahorros. Así y todo, la chica salió adelante e hizo una vida medianamente normal. Su hijo creció sano y fuerte, aunque desinteresado de las tareas rurales.
Vargas se jubiló a los 67 años, estiró lo más que pudo su retiro pero debió abandonar su trabajo luego de cincuenta años en la misma estancia. Se instaló en su casa en el pueblo e hizo algunos trabajos para amigos que le inventaban ocupaciones para mantenerlo entretenido.
Hace dos años, su hija Alejandra tuvo una decaída y murió a los 22 años. Desde ahí, nada pudo levantar el ánimo de Don Vargas. Los que pasan por su casa pueden verlo cada día, sentado en el patio, con el mate en la mano y la mirada triste. Quizás espere algo, quien sabe qué.
Cruz J. Saubidet®

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