Experimentos sociológicos cjs

Algo un poco mejor que lo malo, pero nada es tan así, no es para ilusionarse.

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Sobre relaciones con fantasmas y el Heavy Metal

Posted by cruzsaubidet en noviembre 6, 2018

 

A veces, las cosas raras o simples casualidades las tomo de forma natural y me lleva años darme cuenta de las posibilidades narrativas de la historia. Ayer estuve escuchando AC-DC. Y caí en la cuenta de que todo acontecimiento humano tiene un destino narrativo y está en el escribidor la responsabilidad de hacerlo entretenido. Eso trato.
No tengo idea si está vivo, hace un tiempo lo busqué por las redes sin suerte y cada tanto pego una espiada, pero nada. Es un fantasma y eso tiene mucho sentido porque el Perro siempre fue un poco hectoplasmático, desde su aspecto hasta su actitud escurridiza y antisocial.
Hay muchas formas de amistad, pero la más inexplicable es aquella dónde no se puede esperar absolutamente nada del otro, ni siquiera una charla en algún momento especial. Me gustan esos amigos, más que nada porque me obligan a comportarme igual y entonces cada encuentro tiene algo mágico, irrepetible y espontáneo, cosa difícil para estos tiempos de tomaydacas. Cada encuentro con el Perro corría riesgo de ser el último hasta que lo fue aquella noche, veinte años atrás, en el club República del Oeste. Claro que yo había tomado como el último el anterior, seis años antes en la costanera, cuando el Perro saltó el tapial del Lawn Tenis para afanarse pelotas de tenis, que eran una excusa más para desatar su adrenalina. Yo lo esperé afuera y cuando volvió con tres pelotas en cada bolsillo, caminamos hasta la orilla y las tiró al agua. Esa tarde me contó que tenía una novia llamada Mariela y que era un poco drogadicta, un poco dijo, y si el Perro consideraba a alguien de esa forma se trataba de algo serio. Todos los “un pocos” del Perro equivalían a un montón de cualquier cristiano cuerdo. Cuando se declaraba un poco en pedo, el Perro no podía caminar; un poco de hambre del Perro significaba comerse una cebolla cruda de tres bocados.
Usualmente las personas como el Perro me intranquilizan, siempre al borde de todas las emociones explosivas, uno tiene la duda de si te van a pegar un tiro o clavar un cuchillo por una pavada. Sin embargo nunca me pasó con él, algo me tranquilizaba y aseguraba que nunca se pasaría de rosca conmigo, y nunca pasó y lo he visto cagarse a trompadas con amigos por huevadas.
Estar con el Perro era como escuchar Heavy Metal del bueno, esa intensidad y violencia musical actúan como una aspiradora de la violencia propia, y eso me trajo al Perro a la memoria, porque a mis cuarentaylargos vengo a descubrir que el efecto de la música pesada es el contrario al que creí toda mi vida y, sin ser fan, un buen AC-DC o Sepultura me relaja más que Jorge Drexler.
No voy a sobrevaluar a mi amigo, no era gran tipo, era impresentable, violento, ladrón de pavadas, borracho, tomaba cualquier droga, pero debo valorar que nunca de los jamases me presionó ante una negativa de acompañarlo en sus vicios y hasta alguna vez me preguntó si me jodía que se clavara una pasta estando conmigo. Mi respuesta era la del libre albedrío, pero estaba claro que si se caía lo dejaba tirado y me iba a la mierda. Incluso, la tarde de las pelotas de tenis, lo dejé durmiendo contra la pared de un kiosco a las siete y me volví casa sin un atisbo de culpa.
La noche en el club, había acompañado a unos amigos a un recital de una banda horrible, allí me lo encontré al Perro, igual, con ese abrazo franco y esa cerveza en la mano. Conversamos casi sin escucharnos por el ruido, me contó que trabajaba con el padre y alquilaba una casita cerca de la cancha de Colón. Seguía con su aspecto fantasmagórico y seguía emanando esa paz tan violenta. En el amor andaba un poco mal, Mariela había muerto hacía un par de años y él estaba limpio desde ese momento, aunque ya estaba un poco podrido de su vida.
Nos despedimos a las cuatro de la mañana, él más mamado que yo, y fue la última vez. Hasta el momento.
Másvaleasí.
Cruz J. Saubidet®

 

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"Apoyador integral de locuras ajenas" 2

Posted by cruzsaubidet en octubre 29, 2018

 

Ya lo decía Rousseau, el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe, debe haber un poco de cierto al fin de cuentas él se hizo famoso, pero hay que tener cuidado porque la valoración al determinar lo bueno y lo malo de nuestras acciones es un camino ancho y de difícil transito. Las cosas que dañan a los demás están mal, eso está claro; pero muchos conceptos morales no hacen más que joderle la vida a la gente. La gente es mala y comenta decían las vecinas del barrio Roma en Santa Fe, que comenten nomás, casi todo es por envidia.
Esta introducción, como se habrán dado cuenta, es para atajarme de aquellos con más tabúes que libertades en materia sexual. Gracias a Dios, los jesuitas no pudieron ponerme culpas por ese lado, vaya a saber por qué.
Nunca conté esta historia, por respeto tal vez, pero no hay nada de que avergonzarse y la protagonista me autorizó siempre y cuando cambiara su nombre.
En mi primer año en la UNL, hice amistad con algunas personas que no eran el ejemplo a seguir en cuanto a lo académico. Fue un error, pero ya está. Entre muchas amigas, hubo dos con las que me sentía muy a gusto. Ambas compartían una minúscula casa donde nunca faltaba música, cerveza y una buena conversación. Allí pasé muchas horas, rodeado de una agradable libertad de oratoria.
Las dos chicas eran entrerrianas, de un pueblito cerca del río Uruguay y habían compartido escuela desde primer grado.
No eran muy lindas mis amigas, aunque Clarabella tenía un cuerpo muy interesante, que le gustaba exhibir bajo ajustadas camisetas y minifaldas. Cuando yo llegaba hacía como que me agachaba y siempre comentaba el color de sus bombachas.
Las dos noviaban con muchachos de la facultad más grandes que yo, y para mí era un alivio ya que no estaba interesado en relaciones sentimentales de ningún tipo. Una vez, Clarabella dijo querer probarme y sin preámbulo abusó de mi cuerpo. Estuvo muy bien y no afectó en nada la relación ni hubo incomodidades posteriores.
En una de las charlas madrugadas, Clarabella me comentó que su fantasía era protagonizar una película pornográfica, y ahí salto mi instinto de “apoyador integral de locuras ajenas” que le prometió todo el soporte que necesitara.
En un fin de semana en Santa Fe, le comenté al hermano de un amigo que se dedicaba al negocio audiovisual, acerca de mi amiga y su deseo. Y ahí quedó la charla. Hasta que un mes después, mi amigo me entregó un papel de parte de su hermano. Era un nombre y un teléfono para que le entregara a Clarabella. Así lo hice y los días pasaron.
Una noche de jueves, Clarabella me contó que tendría una entrevista en Santa Fe, en un par de semanas y que necesitaba mi ayuda para prepararse.
Por supuesto que accedí, quién se negaría a eso a los dieciocho. Durante una semana, cada noche dedicamos tiempo a mirar películas y a practicar posiciones, movimientos y sonidos propios de la industria del entretenimiento para adultos. Ella pedía y hacía indicaciones y yo trataba de hacer un decoroso papel. Aprendí mucho esos días y las enseñanzas me acompañaron el resto de mi vida. Le pregunté a Clarabella por qué me elegía por sobre su novio para esos menesteres, la respuesta concisa y clara fue que ella estaba enamorada y los sentimientos no ayudan en esta industria. Estuve de acuerdo y seguimos practicando.
Clarabella fue a la entrevista y no me permitió acompañarla, fue una lástima que no la eligieran, creo que tenía mucho talento, posiblemente sus rasgos duros y su tez oscura le jugaron en contra. Así y todo, le entregaron el video de la prueba y lo miramos una noche los tres. El actor me superaba por todos lados y Clarabella hacía un papel descollante, aplaudimos al final y brindamos con cerveza. Nunca más pasó nada entre nosotros.
La vida siguió y los caminos nos separaron. Cuando decidí escribir esta historia la busqué en Facebook y nos mandamos unos mensajes. Es madre de cuatro hijos y tiene su negocio en su pueblo natal. Me aseguró que guarda el video de la prueba y el recuerdo de esas practicas en un rincón de su corazón.
La verdad, Cruz, me comentó, el actor era muy grandote de todos lados pero con vos fue mucho mas divertido.  
Yo, agradecido.

Cruz J. Saaubidet®

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“Apoyador integral de locuras ajenas”

Posted by cruzsaubidet en octubre 23, 2018

 

Así como la mayoría de los días debo forzar mis sentidos para encontrar una historia, esta mañana hay dos que pujan por salir y aunque muy distintas entre sí, están conectadas en mi participación como “apoyador integral de locuras ajenas”. Porque si un amigo viene y me comenta sobre un emprendimiento tradicional (llamémosle poner un bar o fabricar medias para buzos de neopreno) mi reacción va a ser técnica y el apoyo no tan manifiesto. Sin embargo, cuando alguien me comenta una locura linda fuera de los parámetros establecidos, mi entusiasmo crecerá hasta el grado de convertirme en esa última gota necesaria en cada decisión. Tuve que tirar la moneda y la suerte se decidió por el Polaco.
Tomasz Nowak Cerrudo o el gringo Cerrudo o el polaco Tomi, allá en los albores de los noventas, era un hombre de treinta y pocos años, rubio, ojos claros, de aspecto de heladera antigua, dientes y orejas grandes y bigote estilo pizzero Italiano.  Andaba en una F100 nueva con unos cuernos texanos en el paragolpes, cosa que provocaba algunas burlas de los gauchescos y simpatía de mi parte. El polaco vivía con su madre en un campo sobre la ruta que va de San Cristóbal a Tostado, entre Santurce y La Cabral. Tierras malas y salinizas pero que bien manejadas pueden aguantar una vaca cada tres hectáreas. Claro que el polaco no estaba interesado en los bobinos y alquilaba sus seis mil quinientas hectáreas a su vecino. Su mundo eran el casco de la estancia y unas cien hectáreas alrededor.
El padre del Polaco tampoco era muy laburador, aunque la casa era una maravilla, no a la vista sino en innovaciones tecnológicas y mecánicas. Esa chispa estaba en su hijo que continuando la tradición siguió agregando elementos extraños e interesantes a su morada. El viejo Nowak se había matado en el 85 al estrellar su avioneta contra un molino mientras practicaba acrobacias para la fiesta del pueblo. Murió en su ley dijeron sus amigos del aeroclub quizás aliviados ante la posibilidad de poner en peligro a la población con piruetas aéreas demasiado osadas. El Polaco, ante la orfandad, decidió dejar la universidad de ciencias exactas en Córdoba e instalarse con su madre.
Una mañana, yendo yo para Aguará, paré a auxiliarlo de una pinchadura múltiple de ruedas. Cómo no tenía más ruedas de auxilio, lo llevé hasta su estancia. Ya me llamó la atención que tuviera un vaso térmico de café, aunque al ver su casa el vaso perdió magnitud. Había cuatro galpones diseminados alrededor de la casa y un tinglado gigante con dos avionetas.
En uno de los galpones estaba el taller mecánico, digno de envidia de cualquiera que yo conociera, con máquinas inexplicables y dos fosas impecables. Descansaban un Volvo rural viejo pero reluciente y un Jeep con ruedas desproporcionadas. En pocos minutos reparó las ruedas pinchadas y lo llevé de nuevo hasta la ruta. Al despedirnos me regaló el vaso-termo de café y me invitó a pasar cuando quisiera.
Así nos hicimos amigos, de encuentros de cervezas en la Shell de la entrada del pueblo, en el boliche y hasta compartiendo alguna pesca en el Salado. El Polaco siempre buscaba algo nuevo, había viajado mucho por el mundo y como sus finanzas estaban cubiertas ocupaba sus horas con inventos y teorías interesantes. Y así, tirada al azar, me comentó sobre la idea de crear el órgano de tubos más grande del mundo. El polaco había visitado el Boardwalk Hall en Atlantic City (yo estuve en 2007) y otro mega órgano en Filadelfia y sabía que no podía hacer algo así para superar el Guinness Record, pero, usando chapas de zinc y motores eléctricos quizás podría entrar a los record como el órgano de dos octavas con tubos más grandes y sonido más potente del mundo. Por supuesto que yo apoyé la idea y me comprometí a asistirlo en la construcción. La inversión era interesante aunque no dañaría las arcas de la familia Nowak Cerrudo, o no tanto ya que el polaco contrató a dos antenistas, un tornero, un chapista de autos, tres atorrantes del pueblo y al único afinador de pianos de la zona. Se colocaron ocho antenas de entre 115 y 80 metros separadas seis metros unas de otras, en cada una se insertaría dos o tres tubos de acuerdo a la escala musical. Yo pasaba un par de veces por semana para chequear los avances y cada visita me maravillaba la magnitud de la obra. Los tubos iban desde los 2 metros de diámetro hasta los sesenta centímetros y las alturas variaban aunque todos eran imponentes. Entre todas las opciones, el polaco había elegido hacer tubos labiales y durante meses el piso del tinglado estuvo cubierto de flautas gigantes que serían la última parte a instalar. Bajo cada antena, un compresor eléctrico proporcionaría el viento necesario para tres tubos. En un acoplado colocó el teclado y el panel eléctrico.
Desde la ruta podían apreciarse los tubos brillantes y varios curiosos se acercaron y tomaron fotos que a su vez vieron periodistas que también vinieron a observar la obra. Luego de dieciséis meses el órgano estaba listo y había que probarlo. Claro que ni el polaco ni yo sabíamos tocar mucho el piano, así que los primeros sonidos que escupió la estructura fue el cumpleaños feliz, básico, sin acordes, las notas nomás, que nos dejaron satisfechos aunque un poco sordos. El sonido era realmente potente.
El fin de semana de la fiesta del caballo en San Cristóbal, invitamos a todos los que quisieran a la inauguración, incluyendo choripanes, cerveza y música en vivo. Vinieron cerca de ochenta personas y las cámaras del canal local cuyo periodista estrella se empecinaba el llamarle piano al órgano. La mamá del Polaco fue la música invitada y se lució con la interpretación de “para Elisa” que sonaba raro en la potencia de los tubos. Hubo aplausos, video, periodistas y luego silencio.
A pesar de la repercusión en la prensa, las cartas y los llamados, la organización Guinness siquiera amagaba con venir a chequear el invento del Polaco. Alegaban que la distancia y el tiempo hacían imposible la visita y que la estaban programando para dentro de dos años. El polaco no se deprimió y siguió con nuevos proyectos. Yo me mudé y estuvimos desconectados unos años. Hasta que me llegó la invitación a su casamiento y esa fue mi última visita a su estancia. Los tubos seguían enhiestos e imponentes y la marcha nupcial fue ejecutada en el órgano. La última carta de Guinness postergaba un par de años más la visita.
Y la vida siguió…
Hasta anteayer, que mi hijo menor compró en una feria de libros usados los Guinness Records de 2008. Hojeando las cosas raras, allí estaba, el órgano con los tubos más grandes del mundo, acompañado de una vista aérea de la estancia del Polaco y esas ocho torres rodeadas de tubos. En la última foto estaba el Polaco de pie, con sus bigotes y menos pelo, sentada en el teclado junto a él, una adolescente apretaba las teclas, supongo que debe ser la hija de mi amigo. Masvaleasí.

Cruz J. Saubidet®

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LA FORMULA IMPRECISA PERO CORRECTA (quizás)

Posted by cruzsaubidet en May 7, 2018

Es muy complicado determinar cuándo un salario es justo o injusto.
Es sabido que los empresarios y las corporaciones son bastante herejes a la hora de los salarios y la brecha entre directivos y empleados termina siendo vergonzosa. Y esa maña no es exclusiva de las corporaciones, también los pequeños empresarios son golosos con las ganancias y no sienten culpa al pagar sueldos de hambre a sus empleados. Por suerte no todos los empresarios son así y, sobre muchos que cumplían la norma a rajatabla, me tocó trabajar un tiempo con un hombre bondadoso siempre atormentado con la idea de ser injusto en la repartija de sus ganancias.
La empresa era próspera y los márgenes sustanciosos.
En ese tiempo yo estudiaba administración y quizás por eso o por otras afinidades mi jefe me propuso generar una fórmula para pagar salarios justos sin poner en peligro la salud financiera de la empresa. Se me ocurrió la fórmula de dividir el 25 porciento la ganancia neta anual por la cantidad de empleados y ofrecerla como un bono de fin de año proporcional a cada salario. Mi jefe no estaba en desacuerdo con la idea, pero como no quería pecar de injusto y consideraba que un premio no debería tener escalafones ni diferencias de estatus entre el personal me pidió que elaborara una formula equitativa para la distribución de la cuarta parte de las ganancias.
 Mis primeras propuestas fueron auto rechazadas antes de presentarlas, hasta que decidí pensar literariamente, algo loco y fuera de los parámetros establecidos. Mi jefe se rió cuando le expuse mi idea y la supuse descartada, pero luego de dos semanas me pidió que elaborara una hoja de cálculo semanal con los ingresos del año fiscal anterior.
 Hecho eso, la empresa licenció con goce de sueldo a un empleado cada semana. Éramos veinte contando al jefe por lo que el experimento se concluyó en menos de un semestre. Una vez finalizada la rotación, hicimos una concienzuda comparación de ingresos y determinamos el porcentaje de pérdida/ganancia que a la empresa le significaba cada empleado.
 Fue así que la mayor tajada se la llevó el cobrador, seguido por los repartidores y los vendedores y la secretaria administrativa. Lo empleados de planta ocuparon el quinto lugar y yo, que había tenido la brillante idea, quedé último y cómodo.
 Al poco tiempo partí a nuevos horizontes y no sé si el sistema se seguirá utilizando, pero fue una de mis experiencias laborales más gratificantes y aunque no estoy seguro si la formula era precisa, creo que al menos era un pequeño acto de justicia entre tanto sorete a las vueltas.

 Cruz J. Saubidet®

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Un dolorcito menor

Posted by cruzsaubidet en marzo 8, 2018

 

Se apartó un poco y se puso la camiseta. La abracé y se resistió. Noté que lloraba, supuse que no era de dolor. -¿Qué te pasa?- Seguía llorando.
Mi inexperiencia me hacía creer que le había hecho algo malo. La concepción machista nos ha convencido que las mujeres sufren más por amor que los hombres, ¡no es verdad!, Los hombres estamos obligados a no sufrir en esos casos, lo que es un doble trabajo ya que a pesar del dolor, tenemos que aparentar indiferencia. Esto hace más largas las agonías.
-Yo no quería que esto pasara. ¿Qué hicimos?
No hacía falta respuesta, el proceso químico de la atracción sexual había explotado en su caso y mi amor desmesurado sólo se había dejado llevar. En ningún momento me pareció que no quisiera.
-¡Qué vergüenza!
-¿Por qué?
-No sé, ¡ah qué vergüenza!, vamos, me siento muy rara.
-Yo estoy muy contento. Sin duda lo estaba, durante meses había soñado ese momento, no de esa forma, daba igual, la chica que amaba al fin había caído a mis brazos. Que inocente era, en realidad, estaba a punto de perder lo poco que tenía.
Traté de abrazarla mientras volvíamos. –Mejor no- me dijo. Y no me habló nunca más.

Cruz J. Saubidet®

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Mis respetos, señor

Posted by cruzsaubidet en noviembre 3, 2017

Mis recuerdos de Juan datan de fines de los ochenta, pescando moncholos en un arroyo ancho de la zona de Aguará Grande, al norte de San Cristóbal. No fuimos grandes amigos, pero, a diferencia de sus cinco hermanos, el tipo pensaba distinto y como yo nunca tuve un pensamiento globalizado, las escuetas charlas que teníamos junto al arroyo muchas veces eran reveladoras. No coincidíamos en mucho más que en lo innecesario de madrugar y la exacerbación del gauchismo. Discutíamos sobre la posibilidad de utilizar cuatriciclos para recorrer, la maleabilidad de la soga en lugar del lazo de cuero y la poca calidad de los recitados del chamamé. Ambos teníamos esa dualidad entre lo rural y lo citadino que nos torturaba y que resolveríamos más tarde o más temprano.
Juancito era muy flaco pero ágil para trepar árboles, especialmente eucaliptos grandes. Nos perdimos el rastro por muchísimos años hasta que un día nostálgico buscando alguna raíz por Internet, me encuentro con el primer festival de poesía y micro relatos de San Cristóbal, auspiciado por la Cámara de Comercio y coordinado por Juancito. Sin dudarlo lo agregué al Messenger y nos pusimos al día.
Al terminar el secundario, Juancito estudió magisterio y luego emigró a Los Amores a ocupar una posición vacante en la escuela Juana Arzurduy. Ahí, en sus horas libres comenzó a plantearse la posibilidad de convertirse en el Roque Nosetto del norte Santafesino, aunque definitivamente no estaba destinado a escribir para niños. Trató de hacerlo, pero sus alumnos no comprendían el poder de la metáfora ni valoraban el vocabulario florido de sus escritos. Hubiera sido fácil cambiar un “cri-cri dice el grillito” por un “cro-cro sugirió la rana” pero el plagio no estaba en sus genes. Así y todo en las largas tardes de calor y soledad generó poesía para varios libros, siempre buscando la diferencia y la belleza hasta entonces desconocida por el mundo.
Fueron ocho años aletargados en Los Amores paradójicamente solitarios, tuvo una novia de Vera, también maestra, pero “por tanto ir y venir la relación fue perdiendo envión hasta desintegrarse”sic.
A principio de los dos mil, Juancito reacondicionó una casita en el campo de sus padres y comenzó una nueva vida lejos de la enseñanza y de la gente en general. Había decidido vivir con pocas pertenencias y distracciones y dedicarse de lleno a la literatura y a la crianza de gallinas y pavos. En dos años escribió mil trescientas páginas de versos insensibles con metáforas cargadas de realismo y dureza, de desinterés por el amor, de búsqueda de sabiduría y de desprecio por el mundo tanto urbano como rural. “Mi poesía busca apagar corazones y despertarlos de la sinrazón de que las mariposas son bonitas”
Con la aparición de Internet decidió mudarse a San Cristóbal, ocupando una casita familiar sobre la avenida trabajadores ferroviarios. Ya conectado a la red pocos lograban verlo, aunque algunos de sus escritos engalanaban las páginas culturales de “El departamental”, “La opinión” y “Castellanos”. Su columna “El Odioso” era cita obligada apenas por debajo de los avisos fúnebres.
Cuando le anuncié mi visita me pidió que no fuera un jueves, porque es el día de la semana que lava la ropa y anda desnudo. Así que fui un domingo a la mañana. Fue una experiencia minimalista y envidiable, Juancito ha logrado ser “él mismo”, un buscador de algo, que en su camino se ha ido despojando de todo para lograrlo. Yo creo que es un triunfador, quizás un poco extremista para mi gusto, que conserva un buen soplido para apagar las luces de corazones melosos.
Mis respetos, Juancito. Nos vemos pronto.
Cruz J. Saubidet®

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“Se terminó la abuela”

Posted by cruzsaubidet en junio 6, 2017

“Se terminó la abuela” Fue la frase que quedó guardada en mis recuerdos. Podría haber sido se murió, falleció, pereció, expiró, etc. Pero no, las dos palabras que marcaron mi primera experiencia cercana con la muerte refirieron a un final real nunca mejor explicado. Ese día perdí oficialmente la fe; y no porque estuviera enojado con Dios por la muerte de mi abuela, menos porque la catequesis me llenara de miedos ni porque la misa me aburriese ni tampoco los curas de mi colegio fueron abusadores. Ese momento mágico cuándo ese hombre rústico y fabuloso que ya había tenido otras clases magistrales para conmigo como cuando me dijo “no es que te quiera enseñar, pero es para que aprendas” me anotició del deceso con un clarísimo “Se terminó” muchas de mis tradiciones culturales y sociales que me obligaban a sentir cosas que no sentía desaparecieron y me transformaron en un ser un poco más abierto pero mucho más vacío. A partir de allí fue todo cuesta arriba con mi espíritu pero mi razón por fin se puso de acuerdo con mis sentimientos. No me enorgullece ni un poquito mi falta de fe, es lo que es y quizás un día aparezca, no digo vuelva porque nunca la tuve ni me sentí reconfortado con la comunión ni creí en el poder de la oración.

El problema está en las bases o los fundamentos aunque mejor no partamos de ninguna base, porque al final del día nada de esto va a importar y todo se va a romper en millones de pedazos inutilizables. Partir de una base significaría darle entidad a pensamientos o teorías anteriores y, aunque me digan que debería ser más humilde prefiero no tener nada que ver con las bases. Es de suponer que las bases deberán soportar todo el peso posterior, pero generalmente, debido a la imposibilidad de perfección, tarde o temprano se rajan y tuercen llegando en muchos casos a dar por el suelo la historia de generaciones. Por otro lado, ignorar las bases es partir de la base de que todas estás erradas, afirmación que no podría comprobarse.
Ante la imposibilidad de bases firmes donde apoyarse, el género humano ha optado por cambiar la firmeza por lo intangible creando la institución de la Fe que, a pesar de no tenerla, me cuesta mucho menos aceptarla hacia un ser superior y creador que dirigida a un ciudadano de a pie. Quizás por eso respeto mucho más a los convencidos religiosos que a aquellos que le regalan su fe a un político cuya base de ideas casi seguro se derrumbe tarde o temprano. 
La fe admite lo absoluto, la razón solo acepta la evidencia y el problema es la falta de evidencias en este mundo que nos toca en suerte. 
A pesar de mi escepticismo, la sociedad me obliga a tener pequeñas dosis de fe dado que sin ellas sería imposible vivir medianamente tranquilo. Así que debo confiar en que mis hijos estarán a salvo en la escuela, que me pagarán el sueldo con regularidad, que algunos que dicen quererme realmente me quieren, que no todo está podrido, que seguirá habiendo buenos músicos, que el motor arrancará (en todos los sentidos), que la primavera será verde al igual que la yerba mate y que algún día escribiré algo que valga la pena. Lamentablemente la razón no me da para una Fe más grande que esa.

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No hay donde caminar:

Posted by cruzsaubidet en septiembre 26, 2016

Algunos amigos dicen que soy exagerado y puede ser, pero la exageración surge de la ficción así que al momento de describir objetivamente algo, caigo en el aburrimiento.
Voy a hacer el esfuerzo sólo por hoy dado que miles de personas me piden descripciones del lugar donde vivo. En pocas palabras, vivo en un lugar bonito dónde la naturaleza y las finanzas de los habitantes han conspirado de forma positiva. Tampoco voy a andar describiendo la geografía, la arquitectura o la hidrología, para eso vayan a Wikipedia.
Vivo en una ciudad que no es ciudad ya que no tiene veredas. No es un dato menor, la ausencia de veredas es como la ausencia de verdades. La vida de las ciudades pasa por las veredas donde se registra la interacción social. En Avon, Connecticut no hay veredas y entonces para la interacción social hay que recurrir a lugares de reunión generalmente regidos por alguna bandería política, religiosa, escolar o deportiva. Mis capacidades sociales son de vereda y esa es la causa de que mi sociabilidad se vea seriamente limitada. En política no me meto porque estos dan discursos en inglés lo que hace imposible mi empatía.
La religión se la toman muy enserio al menos en la apariencia, por lo tanto tampoco soy amigo de las iglesias aunque es el lugar dónde más he insistido y fracasado.
La escuela de mis hijos podría ser, pero los padres de esta zona se esfuerzan demasiado por la comodidad de sus hijos y a mí como que me hincha las pelotas. Hay una cantidad de madres y algunos padres que dedican sus esfuerzos en agasajar a sus hijos de una forma irrespetuosa.
También mi inglés me ha jugado malas pasadas con maestros y padres, especialmente desde aquella reunión donde al salir le comenté algo a mi esposa anteponiendo el “bichi” con el que a veces la nombro. Pero el “Bichi” sonó para la profesora y todos los padres presentes como un calificativo hacia la docente, o sea “bitchy” o sea conchuda.
El deporte de los niños también podría ser un lugar de encuentros sociales, se pasan muchas horas mirando entrenamientos y partidos, pero no, hasta ahora no he encontrado personas con las que sienta la necesidad de un encuentro fuera del ámbito y lo que es más triste es que ellos consideran lo mismo para conmigo. Es que no genero en la gente la ansiedad de un encuentro posterior, desde chico me pasa y se ve que mucho no me ha importado.
Después de ocho años en Avon, Connecticut , puedo afirmar que no tengo un solo amigo en la ciudad, cero, como el culo de un vaso. Ojo, tengo varios buenos amigos en ciudades cercanas como Bloomfield, West Hartford y Simbsbury y varios en New York y hasta en Virginia y Miami, pero en Avon, no one!

Y todo culpa de la ausencia de veredas. 

Cruz J. Saubidet®

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Sin embargo no fue tan complicado

Posted by cruzsaubidet en octubre 27, 2009

Sin embargo, señora “no se que mierda es usted pero pareciera tener poder” sus apreciaciones me suenan un poco incongruentes. Y no se trata de una reacción subjetiva a sus palabras, estoy seguro de que cualquier persona con no mucho, un poco de cabeza nada más, coincidiría conmigo tildándola de ignorante, o peor aún de infantil.

Sucede, señora mía, que el mundo es injusto y las necesidades desgraciadamente me han hecho depender de un sello que sólo usted es capaz de posar sobre este documento y, en este momento de mi vida es de suma importancia que figure en él.

Como me ha repetido, su dependencia tal como osa llamarla a pesar que la supongo más mía que suya dado que yo la utilizo, viene cumpliendo una intachable trayectoria bajo su mando y está raqueada entre las más eficientes del ministerio. También me asegura, casi con lágrimas en los ojos, que en sus veinte años de trayectoria pública jamás de los jamases ha aceptado una gratificación voluntaria de cliente alguno, ¿se refiere a coima quizás? Me pregunto las razones que la han llevado a tocar ese tema, yo no pregunté ni estaba interesado en sus ingresos extras. Claro que posiblemente me está ahorrando el mal trago de ser rechazado ante mi oferta.

Su ignorancia y mi necesidad forman una dicotomía infranqueable de conveniencias.

Usted asegura que falta un papel que yo aseguro haber dejado en mi visita anterior, es su palabra contra la mía y la discusión vacía. Usted sabe que no podré conseguir con celeridad el papel que solicita y veo un brillo orgásmico en sus ojos al negarme su aprobación.

¿Qué queda por hacer? ¿Qué me queda por hacer? Necesito el sello y ya estoy seguro que no lo apretará contra mi hoja por las buenas. Pienso, pienso en todas sus palabras y lo descubro, entonces me acerco a su oreja y le espeto: “Contra mi voluntad, señora “no se que mierda es usted pero pareciera tener poder” me veo en la obligación de ofrecerle una gratificación no-intencional para que presione su sello embadurnado en tinta sobre mis papeles”

Ella sonrió, mientras el sello volaba desde la almohadilla hacia mis papeles, yo pensaba: la vida es una mierda.

Cruz J. Saubidet®

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Homenaje a un gaucho de veras

Posted by cruzsaubidet en febrero 20, 2009

Restituto Norberto Vargas es uno de los personajes famosos que abundan en cada una de las regiones de cada lugar del mundo.
Así como hoy fijamos la vista en algún personaje particular (punk, dark, gato, motoquero), hace años era inevitable prestar atención y observar detenidamente a Don Vargas. Hombre gaucho, grandote, de ojos achinados y de bigote grande y tupido.
Vale aclarar que nunca nos quisimos, o quizás yo no lo quise y a él le fui indiferente, pero a la distancia, lamento no haber aprovechado un poco más su sabiduría de hombre duro y trabajador.
Poco sé de su historia, sólo me queda el sabor amargo al sentir que trabajó mucho y hoy es un jubilado más en un pueblo perdido sin mucho que hacer y con una gran tristeza que lo carcome día a día.
El hombre anduvo siempre a caballo, durante sesenta años, cada día de su vida. De joven, dicen, le gustaban la farra, el vino y las mujeres; pero con los años dejó esos vicios y se dedicó a trabajar con responsabilidad. En sus genes estaba liderar a otros, y pese a su analfabetismo fue un capataz consultado por muchos a la hora de emprender trabajos grandes. Eso sí, a la antigua, con perros y a los gritos, a lo bruto, sin una pizca de psicología aunque siempre al frente de su tropa, demostrándole a los más jóvenes que él podía hacer las cosas mejor o igual que ellos.
Su libreta de anotaciones, basada en números y dibujitos, poseía un informe preciso y detallado de todo lo que sucedía dentro de las ocho mil hectáreas que manejaba, nada se le escapaba a su visión infalible de rodeos de vacas, terneros, toros, caballos, pastos, alambrados, posibles enfermedades, sequías o inundaciones.
¡Y el respeto! No solamente sus empleados, todas las personas se detenían a cruzar algunas frases con él, desde patrones y administradores hasta el más insignificante barrendero del pueblo. Vargas siempre tenía una risa para regalarles, una risa mezclada con palabras ilegibles para muchos pero contagiosa.
De grande le picó el bicho de la soledad (o de la trascendencia) y se juntó con la hija de un peón que le dio dos hijos a los que adoraba. La alegría le duró poco, su hija mayor tenía una grave enfermedad progresiva que consumió horas de amargura, hospitales y ahorros. Así y todo, la chica salió adelante e hizo una vida medianamente normal. Su hijo creció sano y fuerte, aunque desinteresado de las tareas rurales.
Vargas se jubiló a los 67 años, estiró lo más que pudo su retiro pero debió abandonar su trabajo luego de cincuenta años en la misma estancia. Se instaló en su casa en el pueblo e hizo algunos trabajos para amigos que le inventaban ocupaciones para mantenerlo entretenido.
Hace dos años, su hija Alejandra tuvo una decaída y murió a los 22 años. Desde ahí, nada pudo levantar el ánimo de Don Vargas. Los que pasan por su casa pueden verlo cada día, sentado en el patio, con el mate en la mano y la mirada triste. Quizás espere algo, quien sabe qué.
Cruz J. Saubidet®

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